RECUÉRDALO tú y recuérdalo a otros. Recuerda que hace diez años en la capital de Andalucía, en Sevilla, dos pistoleros acecharon a un matrimonio joven que regresaba a pie a casa después de tomar una copa y descargaron sobre sus vidas indefensas todo el fanatismo que habían acumulado en sus mentes enfermas de odio y vacías de compasión.

Fue el 30 de enero de 1998. La madrugada más triste de todas las madrugadas tristes. A Alberto Jiménez Becerril lo mataron porque era concejal del Ayuntamiento sevillano, es decir, "enemigo del pueblo vasco" por el mero hecho de ser un cargo público electo de la democracia española. A Ascensión García, procuradora de los tribunales, porque era su mujer y le acompañaba en la hora en que habían planificado el asesinato. Sólo por eso los dejaron tendidos en el suelo, a pocos metros del hogar donde sus tres hijos dormían confiados, ignorantes de que ya se habían quedado huérfanos.

Todos los crímenes de ETA son abominables: arrancan la vida a unos cuantos inocentes -no tan pocos, pasan de ochocientos- para intimidar a muchos, para negarnos a todos el derecho a vivir libremente. Su voluntad última es poner de rodillas al Estado para conseguir con la violencia y el chantaje lo que se saben incapaces de conseguir mediante el razonamiento y los votos. Hace diez años quizás podían pensar ellos, y temer nosotros, que acabarían consiguiéndolo. Hoy conocen ellos, y tenemos la certeza nosotros, de que han perdido la guerra. Si siguen matando, o intentándolo, es porque ya no saben hacer otra cosa, como el escorpión de la fábula. No mantienen la esperanza, sólo la rabia y la desesperación.

Todo el dolor y la desolación de los años de plomo cristalizaron en aquella madrugada sombría en que los teléfonos intempestivos y las radios insomnes inundaron Sevilla con su mensaje de muerte y duelo, angustia y desamparo. ¡Qué frío hacía! También es verdad que sobre los cuerpos yacentes del matrimonio Becerril rescatamos las viejas palabras olvidadas -solidaridad, unidad- con las que transformar la pérdida y la ausencia en firmeza y convicción. Todavía los mismos asesinos truncarían otras vidas de andaluces (el fiscal Portero, el concejal Martín Carpena, el médico Muñoz Cariñanos...), como las de otros españoles. Ninguno eligió ser héroe. Solamente querían hacer su trabajo lo mejor posible, criar a sus hijos, casarlos y envejecer serenamente. Vivir. No los dejaron.

Hoy, 30 de enero de 2008, recuérdalo tú, querido lector, y recuérdalo a otros. Se lo debemos a Alberto y Ascen. A todos los demás. Durante el tiempo que nos quede. Durante el tiempo que a ellos les arrebataron. Friamente, de madrugada, por odio.

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