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Rafael / Padilla

Hágase tu voluntad

ES el Jesús más humano. El Cristo de los Olivos, el que sabe cercana su muerte y siente su alma atravesada de infinita tristeza, se nos iguala como ninguno. Incluso Él, Dios encarnado, en aquella noche crucial recibe dos cuchilladas universales e inexorables: la de la agonía y la de la soledad. No quiere morir; pero, al tiempo, debe seguir adelante porque es el mandato del Padre. Le imagino tiritando, aterrado, aprendiendo la misma lección que todos tendremos que aprender tarde o pronto: aceptar lo que no podemos comprender. Es entonces cuando la fe se pone a prueba hasta su último límite. Su sufrimiento en aquella madrugada central se convierte en paradigma y en guía del que con absoluta certeza nosotros soportaremos. Además, así como será la nuestra, libró su batalla a solas. Sin auxilios ni compañía, disipados los consuelos, su espíritu presiente y anticipa la desoladora amargura de un destino inquietante y horrendo. Nada que nos sea ajeno: esos instantes de pánico, de vacío temido, de lógica ya descabalada, de equilibrios destrozados, constituyen una experiencia que nos alcanzó o nos alcanzará.

El magisterio anida en su respuesta. Atormentado hasta sudar sangre, pronuncia la palabra esencial: "¡Abbá, Padre!" (Marcos, 14, 36). Aniñándose, encuentra la salida del laberinto. ¿Qué mal cabe esperar de quien le reconoce como Hijo? ¿Qué recelar del propósito de quien le ama sobre todo? Aun cuando no lo entendiera totalmente, sin otra convicción que la de la cruz, Jesús confía. Y su confianza, rotunda y rocosa, fortalece e ilumina la nuestra, la de cuantos llamó hermanos y acercó a la gloria del Misterio.

A esas alturas, la Pasión estaba consumada. "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas, 22, 42), deposito mis perplejidades en tus manos, me someto a tu omnisciencia confortadora. Ni me resigno, ni me rindo, ni me gana la desesperanza: creo en Ti y en tu eterna bondad.

Ahí, en la duda derrotada, una lección postrera: "Basta ya. Llega la hora. Mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado […] ¡Levantaos! ¡vámonos!" (Marcos, 14, 41-42). Del abatimiento al coraje, del cáliz que se ansía pasado a la búsqueda resuelta y conforme de su futuro.

¡Ojalá que, como Él, acertemos a hallar en el amor del Padre ese soplo de valentía! Porque la vida aprieta y a veces te acerca al abismo, a la nada y a la locura, es deseo sincero que hoy, contemplando al Mesías triunfante, formulo para mí y para todos.

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