Pague usted sus impuestos religiosamente para que el día que juega el Betis, haya una colección ingente de cerdos que se mea en la puerta de su casa. Debe ser un martirio insufrible vivir durante horas rodeado de una manada de guarros que hacen gala de sus más bajos usos con absoluta impunidad, sin un solo guardia que les diga ¿dónde vas, asqueroso? Los guardias andan en otros menesteres, como los recaudatorios, que hay que ver cómo se producen auténticas cacerías de coches irregularmente aparcados. Podrían también prestar cierta atención a imponer su autoridad sobre esos cafres que orinan en árboles, fachadas, setos, donde más a modo tengan por conveniente. Y cuando el partido ha terminado, el barrio de los viejos Hotelitos del Guadalquivir queda como un campo no de Agramante, sino como un estercolero tras el paso de una piara de cerdos.