El periscopio

León Lasa

Herencia

Hay pocas injusticias mayores en el terreno social que condenar a la indigencia de por vida a quien haya nacido pobre

SI hay algo que caracteriza a una mayoría de padres -o al menos a una mayoría de los padres que conozco- es que todos desean que sus hijos lleguen más lejos y vivan mejor que ellos. Hasta no hace mucho tiempo, ese sueño parecía cumplirse generación tras generación. Hoy ya sabemos que ese mantra ha quedado hecho añicos. Si en los años sesenta o setenta el hijo de un portero podía llegar a ser un reputado médico -conozco un ejemplo cercano y me precio de su amistad-, hoy en día es mucho más probable que el hijo de un médico se dé con un canto en los dientes si consigue ser conserje o, en todo caso, un millenial distinguido. Parece que, poco a poco, vamos dejando atrás -a pesar de lo que nos digan- esa especie de sueño americano de que cualquier ciudadano, si se lo proponía, podía llegar a ser presidente de este país. Otra engañifa más que, a fuerza de ser repetida, nos quieren hacer creer. La inmensa mayoría de los ministros de los diferentes gobiernos de la democracia -de un signo u otro- proceden de los mismos elitistas colegios y universidades privadas donde lo menos importante que se adquiere son los conocimientos; y lo más, esos contactos imprescindibles, esas relaciones esenciales que facilitarán, si no se es muy borrico, la progresión en la vida.

Creo que hay pocas injusticias mayores en el terreno social que condenar a la indigencia de por vida a quien haya nacido pobre: haga lo que haga y se esfuerce lo que se esfuerce. Y dice mucho del desarrollo ético de una comunidad, de una nación, el revertir en la medida de lo imposible, esa situación. Según hemos sabido hace pocos días a través de un informe de Cáritas, la pobreza de los niños en el presente condiciona la pobreza de esos niños cuando sean adultos. Lo podíamos intuir; es casi obvio. Lo que desconocíamos es que alcanzaba proporciones tan alarmantes: ocho de cada diez niños sin recursos serán pobres de adultos. No hay escapatoria. Una espiral diabólica de la que solamente se sale por un golpe de fortuna, unas condiciones físicas portentosas o una inteligencia y voluntad fuera de lo común: futbolista de éxito o becario con fortuna. La proporción, según el estudio, se dispara en los hogares monoparentales o en familias desestructuradas. No debería ser así. La igualdad de oportunidades debería de ser una prioridad absoluta de nuestros queridos gobernantes. Y no es así, repito. O al menos no es así en el grado que nos correspondería como sociedad del Primer Mundo. Y una reflexión al respecto en este sentido: con independencia de lo que a título particular nos conviniera, ¿sería justa la eliminación absoluta del impuesto de sucesiones como proponen algunas formaciones políticas? PS: : Detienen al alcalde de Granada por su -presunta- participación de diez delitos. El ínclito, no obstante, dando una lección de gallardía sin igual, pretende "seguir trabajando por la ciudad el tiempo que le dejen". Eso es vocación de servicio publico. Crack.

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