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La ciudad y los días

carlos / colón

Hispalistomía

LA necesaria rehabilitación de las Atarazanas tiene un lado oscuro. Al menos para quienes creemos que el centro histórico no debe ser arrasado para y por el turismo, vaciándolo de su verdadera vida para convertirlo en un parque temático enlosado, pespunteado por franquicias y salpimentado con monumentos muertos y huecos. Estando donde están, está claro que las Atarazanas se integrarán en el pack turístico básico de la Catedral, el Alcázar y el barrio de Santa Cruz. Hasta ahora, al pasar el Arco del Postigo se regresaba a una Sevilla a la que no se le había practicado la hispalistomía -cortar todo lo que de auténticamente sevillano tenga la ciudad, desde los vecinos y el comercio tradicional hasta los pavimentos y aceras- para insertarle las prótesis turísticas de suelos de losas grises, comercios y bares franquiciados, heladerías, pizzerías, bocaterías y toda la parafernalia de plástico que crece en torno al río de oro del turismo.

Precedentes hay. El alargamiento del circuito turístico hacia la ex parroquia y actual museo del Salvador ya está llenando las calles adyacentes de chips gigantes (porque las papas fritas que se vendían en la calentería de la Cruz Verde y se siguen vendiendo en la de la Magdalena son otra cosa) asomados a un balcón para anunciar la fast food que se vende en el bajo y en otras franquicias próximas de consumo barato y rápido. Necesario es que se salven las Atarazanas. Bien está que las conviertan en un centro cultural. Pero no duden que la marea de losetas se comerá las aceras del Postigo, de Arfe (ya casi convertida en un bar de copas de una punta a otra), de Dos de Mayo y de Temprado, si no se zampa también las hermosas calles Pavía y Rodo. Y que navegando sobre esa marea plana llegarán las franquicias.

¡Eso dará vida a la zona!, dirán. No señor. Eso dará turistas y quitará vida. Porque vida ya tiene: la suya propia. La que tenía mi barrio de Santa Cruz hasta hará quince o veinte años -¡y mira que era turístico desde las reformas de 1929!- y le han quitado tienda a tienda -lechería de Dolorcitas, ultramarinos de Paco, frutería de Pepe, estanco de María Isabel, imprenta de Mesón del Moro, panadería Santa Cruz, encuadernaciones Márquez y Gutiérrez, librerías de Isabel Tejera, de Abelardo Linares y de mi querido y recordado André Duval- su vida cotidiana, que es la única verdadera. Éste, seguro, será el futuro del entorno de las Atarazanas.

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