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La tribuna

manuel Bustos Rodríguez

La Historia y sus tergiversaciones

LA Ciencia es incompatible con la ideología. O se hace una cosa o la otra. Esto no significa, desgraciadamente, que la asociación de ambas no se realice con mayor frecuencia de la deseada. La Ciencia se convierte entonces en arma arrojadiza, poniéndose al servicio de unos intereses incompatibles con su verdadero ser. En lugar de buscar la verdad, trabajo casi siempre arduo, se buscan atajos o se filtran adecuadamente los datos que ella suministra para demostrar lo que la Ciencia no dice o no puede decir. La Historia, aunque algunos lectores no lo sepan, es también una ciencia, con sus propios métodos, pero no por eso menos rigurosos.

Actualmente, la Historia que se hace en España nada tiene que envidiar a la de otros países. Nuestros historiadores se asientan o viajan por el extranjero, concurren a congresos, participan en seminarios, sin desmerecer. El esfuerzo realizado en las universidades y centros de investigación españoles, a partir de los años sesenta del siglo pasado, ha ido dando buenos frutos, y hoy existe una generación de historiadores de primera fila. Con ello la Historia puede cumplir con más acierto su compromiso social: avivar nuestra memoria histórica para conocer mejor nuestro pasado y sus cambios; contribuir a comprender el presente a partir de ahí; atisbar los retos que nos puede deparar el futuro y, en definitiva, conocernos mejor los seres humanos.

Sin embargo, a pesar de estos logros, tras la instauración del Estado de las Autonomías, viene prodigándose una Historia bastardeada, ideologizada. Su objetivo: encorsetar la visión del pasado de manera que se haga dócil a determinadas posiciones partidistas del presente, y generar una opinión pública que las haga suyas. Así ha sucedido, entre otros, con la historia de la mujer y la familia, la de determinados territorios autonómicos, y con el período cronológico formado por la II República, la Guerra Civil y el Franquismo.

De esta forma, si la primera ha servido de cauce a veces para introducir los presupuestos de la ideología de género y la segunda para inventar un pasado inexistente, pero necesario para justificar los deseos independentistas, el período referido ha sido especialmente cuidado, a través de la Ley de Memoria Histórica, para recrear una historia ficticia de buenos y malos, sin reconocer las culpas y excesos propios. Y en Andalucía, aplicados alumnos de la época de Zapatero, quieren llevarla todavía más lejos con la llamada Ley de Memoria Democrática, que si la crítica y los intelectuales no denuncian terminará imponiéndose en nuestra comunidad.

La Memoria Democrática, versión autonómica de la anterior acrecentada, es una muestra fehaciente de la referida visión, distorsionada y maniquea, sobre los años que discurren aproximadamente entre 1931 y 1975. Basta una lectura detenida de la Exposición de Motivos de la Ley para percatarse. Queriendo rehabilitar justamente a quienes combatieron en el bando perdedor de la Guerra, se entrega el texto a una interpretación del periodo, cuya veracidad histórica está por demostrar. Es la pura ideologización, que bajo la apariencia de propiciar una conciencia colectiva formada y hacer justicia a quienes fueron víctimas en dicho período, presenta la realidad según la versión más rancia de una izquierda política trasnochada. Así, lejos de hacer autocrítica por los errores, represiones y crímenes cometidos en otros tiempos en nombre de dicha ideología, se carga la culpa en el haber de los otrora enemigos, eximiéndose de cualquier responsabilidad en los hechos.

Mal camino es éste para afianzar la reconciliación lograda entre los españoles, como dice pretender el texto. Le hace falta, sin duda, una fuerte dosis de conocimiento, pero también de objetividad. La labor de zapa que se ha ido haciendo en la mente de nuestros conciudadanos durante los años pasados, y, particularmente, entre nuestros alumnos, a través de la enseñanza, los medios y las publicaciones, ha logrado que las distorsiones de la verdad histórica puedan pasar desapercibidas para la mayoría.

Ante panorama tan hiriente, choca que las asociaciones de historiadores apenas hayan dicho públicamente esta boca es mía sobre el asunto, con la excepción del Informe que, en el año 2000, hiciera público la Real Academia de la Historia acerca de los libros de texto. Se echan asimismo en falta más profesionales de la Historia independientes que hagan oír su voz. La tarea de reequilibrio que será preciso realizar en las próximas décadas es impresionante, si queremos que la ciencia histórica muestre lo que realmente pasó y no se convierta en una pseudociencia, desprestigiada ante nuestros conciudadanos. Paradójicamente, justo cuando, durante este último medio siglo, se ha hecho un notable y acertado esfuerzo para lograr una Historia digna de ese nombre.

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