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la tribuna

Eduardo Osborne Bores

La Iglesia del cardenal Martini

EL final del verano nos dejó la noticia del fallecimiento del cardenal jesuita Carlo Maria Martini. Creado cardenal por Juan Pablo II y arzobispo de Milán (la diócesis más grande del mundo) durante más de veinte años, está considerado como una las personas más prestigiosas, relevantes e influyentes de la Iglesia católica posconciliar. Por eso sorprende más que la propia noticia de su muerte el discreto tratamiento dispensado por los medios, incluso los más afines a la Iglesia, pues todos sabíamos de su salud precaria tras llevar años conviviendo con la enfermedad de Parkinson.

A quien se adentra en la obra del cardenal Martini lo primero que llama su atención es la personalidad atractiva del personaje. Desde su prestancia física y su gesto amable, que recuerda los retratos velazqueños de los príncipes del Renacimiento, a su sólida formación cristiana y humana. Este jesuita de Turín que fue rector de la prestigiosa Universidad Gregoriana era además inteligente, poliglota, buen conversador y eminente biblista, actividad fundamental en su obra y a la que se dedicó los últimos años de su vida en su residencia de Jerusalén, definida por él mismo como "ciudad de le entrega y de la esperanza, una imagen de la fe con todos sus problemas".

Dentro de la Iglesia, el cardenal Martini siempre fue considerado como el represente genuino de la corriente reformista, y durante muchos años figuró como papable es las listas de los corresponsales especializados y fieles en general. Algunos ingenuos incluso pensamos en la posibilidad de verlo elegido por el cónclave de abril de 2005 que había de nombrar al sucesor de Juan Pablo II, pero el espíritu santo, ya se sabe, tenía otros planes, y finalmente fue elegido Papa el cardenal Ratzinger, otro intelectual y teólogo de altura casi de su misma generación, aunque de talante y planteamientos totalmente distintos.

En su obra, sobre todo la que aborda los problemas sociales contemporáneos, Martini ha mantenido una posición crítica con la situación de la Iglesia de Roma, y no ha dudado en señalar la debilidad de ésta y su falta de sensibilidad mantenida durante años en temas tan delicados como las relaciones sexuales, la homosexualidad o el celibato. Fiel defensor de la colegialidad y el diálogo, abogaba por la necesidad de reformas internas que procuraran una Iglesia más abierta. Una renovación desde dentro poniendo en el centro la figura de Jesús, base auténtica de su teología.

Si este posicionamiento crítico lo distanció de la curia y fue tachado de excesivamente progresista por los sectores más conservadores, sin embargo, gozó de la simpatía de los ambientes más intelectuales (no necesariamente vinculados a la Iglesia) haciendo buena la frase atribuida a Norberto Bobbio "los hombres no se dividen en creyentes y no creyentes, sino en los que piensan y los que no piensan". Esta sintonía con la modernidad quedó reflejada sobre todo en los diálogos sobre la ética mantenidos en forma de epístolas cruzadas con el escritor italiano Umberto Ecco publicados con enorme repercusión en la revista italiana Liberal a mediados de los 90, y posteriormente editados en España en el libro ¿En qué creen los qué no creen?

Su amplitud de miras y su carisma lo llevaron a impulsar el diálogo entre laicos y católicos, llegando incluso a instituir en su archidiócesis de Milán la llamada Cattedra, a modo de cátedra de los no creyentes a fin de escuchar qué aportan ellos a la salvación del mundo. En sus pensamientos y su obra tampoco faltaron el interés por el diálogo interreligioso (Jerusalén siempre como punto de encuentro) entre las diferentes religiones, y no dudó en elogiar la línea emprendida en este sentido por el papa Benedicto XVI.

Algunos han simplificado en exceso la personalidad del cardenal Martini y, arrimando el ascua a su sardina, poco menos que lo han calificado como un anti-Papa. No estoy de acuerdo. Si se presta atención a su discurso directo pero tranquilo, se advierte el gran respeto (he aquí la huella ignaciana) que siempre profesó hacia la jerarquía y hacia la Iglesia misma. Un claro ejemplo es la forma clara pero elegante en que aborda la Humanae vitae de Pablo VI, en su día muy criticada por reaccionaria, debido a sus pronunciamientos sobre la píldora y la anticoncepción.

Con su muerte desaparece un jesuita, un referente, un intelectual y posiblemente un adelantado a la Iglesia del siglo XXI. Termino con una cita tomada de su discurso con motivo del Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales que le fue concedido en el año 2000: "Para dialogar es además necesario cultivar una espiritualidad basada en el silencio, en la escucha". Hoy, cuando tantos hablan tanto y de tantas cosas, se hace más necesario si cabe leer y reflexionar las palabras sabias del cardenal Martini.

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