HA pasado poco más de un año y llama la atención cierta oscuridad. Basta una visita detenida a su templo, a esas horas muy próximas al mediodía en que los devotos se cuentan con los dedos de las manos. Acérquense y verán cómo su rostro es ya como el de siempre. Y las manos, también. ¿O somos nosotros los que nos hemos acostumbrado? Quién sabe. Tan sólo poco más de un año. Y esta cuaresma nos ha regalado esa impresión.
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