ACABO de hacer la declaración de la Renta y este año me toca pagar. Sé que el dinero que voy a pagar a Hacienda se malgastará en muchos casos, pero me siento orgulloso de pagarlo, y eso que me va a costar bastantes sacrificios. Además, me duele pensar que con ese dinero se taparán agujeros de bancos y de cajas de ahorros mal gestionadas, o peor aún, que servirá para pagar a alguno de esos notorios cantamañanas que se pegan la gran vida a costa del dinero público, pero de todas formas es un orgullo para mí pagar a Hacienda. Primero, porque si estoy en condiciones de hacerlo, eso ya significa un privilegio en estos tiempos de penurias. Y segundo, porque yo creo en el Estado eficiente y bien gestionado, y ese Estado necesita financiarse con los impuestos. Y si me gusta que las calles estén limpias y que los trabajadores públicos hagan bien su trabajo, es evidente que todo eso hay que pagarlo. Por descontado que me refiero a los trabajadores públicos imprescindibles para el Estado del bienestar -profesores, médicos, funcionarios de Justicia o conductores de autobús, por ejemplo-, y no a los enchufados y a los pésimos gestores públicos que lo están poniendo en peligro. Eso que quede claro.

Quizá yo sea tonto -no lo descarto-, pero me siento orgulloso de hacer algo que casi todo el mundo pretende evitar, empezando por los más ricos, que son los primeros que buscan todas las formas posibles de evadir impuestos, algunas legales y otras descaradamente criminales (tenemos ejemplos abundantes). Pero repito que me enorgullezco de pagar impuestos. Y una de las peores cosas que le puede pasar a una sociedad es que la población vea con simpatía al defraudador que se jacta de ocultar el dinero que debería pagar a Hacienda. Y en este sentido, me pregunto cuánta gente había en Grecia -y sigue habiendo- que se enorgullecía en público de no pagar impuestos. Y me pregunto también cuánta gente así hay en España.

Desde que empezó la crisis, una de las cosas que más me ha llamado la atención es que ningún político -ni del Gobierno ni de la oposición- haya hecho una sola reflexión sobre la responsabilidad individual, ni tampoco haya hecho un llamamiento al comportamiento digno por parte de los ciudadanos. Sólo se nos han hecho promesas, por lo general incumplidas, o se nos han impuestos sacrificios y recortes, pero nadie nos ha pedido que actuásemos con responsabilidad y cumpliéramos con nuestro deber. Y eso es algo que me parece preocupante, porque nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad en la que siempre es otro -y nunca nosotros mismos- el que tiene la culpa de lo que nos sucede. Yo, por si acaso, empiezo pagando impuestos. Y luego, justamente por eso, ya me considero con derecho a protestar y a exigir.

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