CADA uno defiende a los suyos, como es natural, y ataca a los demás con los mismos argumentos que los otros utilizan para cargar contra ellos. Así, una vez y otra, con una secuencia cansina, nada nueva, y que ni siquiera tiene el mérito de utilizar argumentos imaginativos, aunque no sean consistentes, pero que podrían ser divertidos. Pero nada, esto es puro aburrimiento de fuego de trincheras, en la que los contendientes utilizan siempre la misma munición.

Me refiero, claro está, a las escaramuzas que libran los partidos, prácticamente todos los importantes, a cuenta de esas listas electorales trufadas de imputados. Y todos dicen lo mismo, pero sin llegar, cosa curiosa, a ponerse de acuerdo. El argumento común, tanto para la defensa como para el ataque, es que con los imputados propios, hay que respetar su presunción de inocencia, hasta que la justicia falle lo contrario. Además, uno siempre confía en la inocencia de los suyos, mientras que para los demás es evidente que la imputación es casi sinónimo de culpabilidad.

En éstas llevamos ya desde que se dieron a conocer las listas electorales para municipales y autonómicas. Y seguiremos, como mínimo, hasta el 22-M, ofreciendo un bochornoso espectáculo, a cuenta de las sospechas sobre unos cuantos mientras que miles y miles de candidatos sin reproche legal alguno deben andar poco contentos por el rebote que les está cayendo, sin tener ellos culpa alguna.

Pero lo importante en todo esto son los ciudadanos, los que tienen que elegir. Esos mismos que, en todos los sondeos de opinión, muestran su desafección hacia los políticos, y los colocan en los primeros lugares de sus preocupaciones. La siniestra paradoja es que tienen que votarlos para que se dediquen a aliviar esas preocupaciones. Curiosa situación, ¿verdad? Por otra parte, no parece que tenga fácil arreglo, porque se viene repitiendo a lo largo de los años, agravándose conforme pasa el tiempo.

Como en cada ocasión en que se plantea este problema, desde uno y otro lado, se piden reformas legales que eviten estas situaciones. Reformas que nunca se llevan a cabo, igual que se incumplen los frágiles pactos que se hacen entre partidos, que se quedan en papel mojado al imponerse perspectivas electorales, pulsos internos, pago de deudas y corporativismo partidario. Y además existe la cínica convicción de que, pasado el temporal, la memoria es débil, y los resultados lo tapan todo. Puede ser, pero no debería ser, y son los partidos los que, por dignidad, por coherencia y por obligación ante los ciudadanos, los que tienen que adoptar sus propias medidas higiénicas, por muy duras que sean y aunque duelan. Si no, serán los ciudadanos quienes las tomen. Al tiempo.

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