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HAY que ver el lío tan gordo que tienen internamente PP y PSOE a cuenta del estatuto de autonomía de Castilla-La Mancha, que ya ha llegado a las Cortes para su debate y aprobación. Al presidente Barreda (PSOE) y a la líder de la oposición Cospedal (PP) se les ha ocurrido poner en el Estatuto que el trasvase Tajo-Segura tendrá que finiquitarse en quince años, y eso ha soliviantado a los compañeros de ambos en Murcia y Valencia.

Pasan estas cosas por la incoherencia de los partidos nacionales, cada vez más enfeudados con sus barones territoriales. Se comprende que los partidos nacionalistas no vean más allá del interés de su comunidad, pero un partido de ámbito y ambición españoles ha de ver el interés de España en su conjunto. Desde hace años, las organizaciones políticas españolas carecen de un discurso único para todos los territorios. Se adaptan a las reivindicaciones de cada comunidad y pasan a ser auténticas confederaciones de poder. Como es lógico, estallan las contradicciones.

Lo malo es que esas contradicciones no las resuelven entre ellos hasta alcanzar una síntesis aceptable, sino que las sueltan en la plaza pública. Lo normal sería que partidos como el PSOE y el PP tuviesen una política del agua -una cada uno, quiero decir- que pudieran defender a la vez en Murcia y en Toledo. No la tienen ninguno de los dos. O que se pusieran de acuerdo internamente sobre quién ejerce las competencias sobre los ríos, para evitarnos el espectáculo de que una comunidad socialista (Extremadura) recurra el traspaso del Guadalquivir a otra comunidad socialista (Andalucía). El caso de Cospedal es flagrante: como líder del PP castellano-manchego defiende el fin del trasvase del Tajo al Segura, pero como secretaria general del PP no puede defenderlo so pena de que sus compañeros murcianos y valencianos se rebelen. Debe estar esquizofrénica esta mujer. Ejemplos hay para dar y tomar. ¿Dónde me dejan el lío de la financiación autonómica de Cataluña, con los socialistas de allí enfrentados a los socialistas del resto de España?

Pero quizás la fuente de contradicción más brutal se produce en el mismo partido según gobierne o esté en la oposición. Los alcaldes suben impuestos, sean del partido que sean, y los opositores lo rechazan, sean del partido que sean. En Sevilla, el Ayuntamiento socialista se gasta un dinerín en financiar a Al Gore para que repita su mensaje sobre el cambio climático que ya propugnó el año pasado en el mismo sitio, mientras los socialistas vascos consideran bochornoso y escandaloso que Ibarretxe haga lo propio en el País Vasco. Y así, sucesivamente.

Como se decía antiguamente, una cosa es predicar y otra dar trigo.

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