FLANQUEADO por Hércules y Julio César, en la punta sur, un político del PP se arengaba a sí mismo en la intentona de conectar con un personal poco afectivo. En la otra punta, la que acoge a Chicuelo, a Caracol y a Pastora, una suerte de carpas nos traían olores y sabores de allí arriba, de ese País Vasco que padeció una barbarie que le dificultaba ser lo que en realidad es, una especie de sucursal del Paraíso en la Tierra. Hablamos de la inconmensurable explosión de vida que ha sido este fin de semana la Alameda. Si ya de por sí es un espacio habitualmente vivo, extraordinariamente vivo, lo de este fin de semana tan atemperado por unos mercurios agradables ha sido el no va más. Y la mescolanza vasco-sevillana ha sido la guinda para que la Alameda se viniera aún más arriba para asemejarse a un rompeolas de dinamismo, diversión y alborozo. De vida, en suma.
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