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El análisis

Rogelio / Velasco / Catedrático De Análisis Económico

Independencia y economía

La creación de un mercado europeo y la adaptación a un nuevo entorno en el que la gran industria tradicional carece del peso de antaño están dando alas al nacionalismo

EL proteccionismo no ha tenido nunca en la historia una teoría que lo soportara. Sin embargo, todos los países lo han practicado. No ha sido hasta años recientes (Krugman, Helpman, G. Grossman) que ha sido defendido como una buena práctica comercial para sectores industriales que generasen fuertes externalidades tecnológicas para el conjunto de la economía. Aun así, los teóricos y proponentes de este tipo de protección lo consideran casos particulares del más general de librecambio.

La historia nos muestra que, en todos los casos, el desarrollo industrial se ha producido en un entorno en el que se dificultaba la entrada de productos extranjeros competidores, ya fuera imponiendo elevadas barreras arancelarias o prohibiendo directamente su importación.

Esta política explica casi todos los casos de éxito, pero no todas las políticas lo han tenido. La protección a un sector no garantiza, por sí misma, la competitividad y sostenibilidad del mismo a largo plazo. Antes bien, el caso general ha sido el de industrias enteras que han permanecido en una situación de estancamiento, cuando no de absoluto declive y desaparición. Sistemáticamente, esto ha costado cantidades millonarias a los contribuyentes, porque ha sido el sector público el que se ha tenido que hacer cargo de las empresas, además de los aranceles sostenidos durante largos periodos. En consecuencia, si se defiende la protección a un sector cuando está naciendo, no se puede señalar a Toyota o a Hyundai como ejemplos, porque junto a estos casos de extraordinario éxito, han existido cientos -la mayoría- de grandes fracasos.

En España, es en el siglo XIX cuando, primero en el sector textil y más tarde en el siderúrgico, se practica una política sistemática de protección a estas industrias nacientes, que fueron la punta de lanza de la Revolución Industrial. Tanto una como otra necesitaban protección; pero esta protección tomó la forma de sustitución de importaciones, más bien que la de orientación a la promoción de exportaciones.

Las razones estaban, por el lado de la energía, en las dificultades del carbón de Asturias para competir con el proveniente del exterior y, por el lado del producto acabado -el hierro, en el País Vasco-, en la absoluta imposibilidad de hacerlo. La protección a un sector puede tener éxito a largo plazo si la educación, la salud, las infraestructuras y el marco institucional -hacer desaparecer privilegios, suprimir monopolios, derogar leyes medievales, favorecer las iniciativas individuales- favorecen el crecimiento de la productividad; el marco contrario al que existía en la España decimonónica. La protección a sectores industriales sin que el resto funcione adecuadamente está condenada al fracaso.

Las regiones industriales necesitaban al resto del país para que su industria sobreviviera; en otro caso, estaban condenadas a la desaparición. Es cierto que, habiendo estado muy concentrada en el norte de España, en el sur, en Málaga, se produjo un fenómeno industrial excepcional. Las siderurgias de Heredia experimentaron un gran desarrollo. Pero en 1841, cuando se revisa el arancel al carbón y al hierro, diputados asturianos y vascos pudieron sacar adelante una reforma legislativa que elevaba notablemente la protección a ambos productos. Heredia, que importaba el carbón de Inglaterra, se vio mortalmente desplazado del mercado.

¿Pero fue ése el único golpe mortal? Mientras vivió, era tal el poder económico que ejercía, que nada relevante sucedía en el entorno legal de sus negocios sin su aprobación. Pero poco después de su fallecimiento, en la propia Málaga se ponía en tela de juicio el poder de los Heredia: de ser quien tomaba las decisiones importantes para defender la industria, a no poder ser elegido uno de sus hijos como representante de la provincia para defender los intereses económicos en Madrid. Los intereses agrarios y portuarios pasaron a tener mayor peso que la industria siderúrgica.

Esta protección duró muchas décadas. El mercado español ha estado cerrado a la competencia extranjera hasta poco antes de la entrada en la UE. La creación de un gran mercado europeo y la adaptación a un nuevo entorno en el que las grandes industrias tradicionales carecen del peso de antaño está dando más alas al nacionalismo. Ya no necesitan al mercado español con la misma intensidad que antes; es un motivo por el que la promoción exterior de la industria es una obsesión del Gobierno vasco: hacer menos dependiente a su industria del mercado español, para así facilitar la independencia.

El nacionalismo, obsesivo siempre con la historia, olvida de manera interesada todo aquello que no se aviene con los elementos que explican su visión de la misma. En el caso de nuestro país, para los nacionalismos vasco y catalán, España parece que siempre ha sido una potencia explotadora, a la que nada deben.

Parafraseando el economista coreano Ha-Joon Chang (que visitó recientemente Andalucía), después de siglo y medio de aprovechar el mercado doméstico, ahora que lo necesitan menos, le dan una patada a la escalera que les ha permitido ascender al nivel más alto de desarrollo industrial. Pero no olvidemos que también nos pateamos a nosotros mismos cuando tuvimos la oportunidad.

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