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análisis

Rafael Salgueiro

¡Indignaos!, pedid más

Desde principios de los años 80 hemos sostenido de un modo forzado y a veces artificial el crecimiento continuado de las prestaciones públicas, pero nuestra base económica ya no lo soporta

ÉRASE una vez un país que sorprendió al mundo con una forma pacífica de revolución que llegó a conocerse como The Spanish Revolution. Nadie la esperaba y por eso quizá a algunos les recuerde una divertidísima escena de los Monty Python: Nobody expects the Spanish Inquisition.

Pero, ¿qué hay de revolucionario en las propuestas de los indignados? Es novedoso y cívico el medio utilizado, la reivindicación de la acampada libre en las plazas céntricas, aunque cuente con precedentes. Pero es más interesante detenerse en la filosofía que lo inspira, traducida en el documento de ocho puntos propuesto en la Puerta del Sol y en el manifiesto Democracia Real Ya. Podemos ver en el primero una confianza ilimitada en las capacidades del Estado y de las leyes para solucionar los problemas actuales de la sociedad. Bastaría con gastar menos en determinados ámbitos, el militar por ejemplo; despojar de privilegios a los políticos y al sistema financiero; establecer severas leyes de reparto, empezando por el trabajo y la vivienda y, claro está, elevar los impuestos a los ricos.

En realidad es lo menos revolucionario que imaginarse pueda, y quizá sea consecuencia de la lectura de un librito titulado ¡Indignaos!, fácil de digerir sin mucho esfuerzo porque tiene más bien poca sustancia. En esencia, el autor, S. Hessel, recuerda sus años juveniles y la influencia del programa de la Resistencia en la orientación política y económica de la IV República, establecida tras la guerra mundial. Proponía el programa la cobertura de la situación de desempleo, pensiones de vejez, nacionalización de la energía, minería, seguros y grandes bancos, y democracia económica, entendida como la no injerencia de las finanzas en las decisiones del Gobierno. En definitiva, "una organización racional de la economía que garantice la subordinación de los intereses particulares al interés general", y ya se habrá dado cuenta el lector de que cuando Mitterrand llegó al poder trató de aplicar un programa parecido, saldado otra vez con un fracaso estrepitoso. Se sorprende Hessel de que el Estado no tenga recursos para cubrir los gastos sociales, las conquistas de la Resistencia según él, y lo achaca al poder del dinero, a la codicia de los bancos privatizados, sin reflexión alguna acerca de si puede haber un límite en la financiación de la sanidad, las pensiones, la enseñanza públicas y todo el aparato que las sustenta. Cree Hessel que la libertad personal y Estado son conciliables y no admite que el crecimiento de éste acaba limitando la libertad de las personas, siquiera sea por una vía muy sutil: la de ir retirándoles progresivamente la responsabilidad sobre su propia vida y la de sus hijos, y eso que dice el autor haber aprendido en Sartre que la libertad y la responsabilidad están unidas. El librito termina con un lema que Orwell colocaría muy a gusto en su granja "Crear es resistir. Resistir es crear".

Con tal alimento no es de extrañar que el Movimiento 15-M establezca en su manifiesto cuál debe ser el norte de la sociedad. "Las prioridades han de ser la igualdad, el progreso, la solidaridad, el libre acceso a la cultura, la sostenibilidad ecológica y el desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas". No veo por aquí la libertad de las personas para marcarse las prioridades que cada una tenga por conveniente. Más bien veo un tono de soberbia diciendo cuáles deben ser las prioridades de la sociedad, inclusive la de hacernos felices (faltan las perdices).

Nos dice también el Movimiento cuáles son los derechos que deben estar atendidos. "Existen unos derechos básicos que deberían estar cubiertos en estas sociedades: derecho a la vivienda, al trabajo, a la cultura, a la salud, a la educación, a la participación política, al libre desarrollo personal, y derecho al consumo de los bienes necesarios para una vida sana y feliz". Y sentencia que "el actual funcionamiento de nuestro sistema económico y gubernamental no atiende a estas prioridades y es un obstáculo para el progreso de la humanidad".

Pues estamos aviados. Yo pensaba que ésas eran las finalidades que justifican los descomunales niveles de gasto público que caracterizan a todas las sociedades "en vías de avance". El Movimiento, quizá debido a la falta de mejores lecturas y de conocimiento de los experimentos sociales del siglo XX, elude una dura realidad que no es otra que la imposibilidad del Estado para cubrir esos derechos, salvo racionando su disfrute y culpando a otros de dicha imposibilidad.

En España hay problemas muy serios. Algunos son meramente financieros y su resolución no es un problema: basta con gastar menos. Es difícil de hacer, claro que sí, pero no hay otro remedio a la vista de la evolución de los ingresos fiscales del Estado hasta abril. No basta con reducir el número de consejerías o de delegaciones municipales, suprimir empresas y organismos públicos, limitar la inversión pública y ni siquiera alcanza rebajando el sueldo de los funcionarios.

Ni recentralizando las competencias transferidas a las comunidades autónomas podríamos solucionar el problema que tenemos por delante. Nuestro problema no es quién ejecuta el gasto público, sino la naturaleza y el volumen de los gastos que hemos decidido que sean sufragados por el sector público. Desde principios de los años 80 hemos estado sosteniendo de un modo forzado y a veces artificial el crecimiento continuado de las prestaciones públicas y nuestra base económica ya no lo soporta y no recibimos oxígeno del exterior. Ésta es la cruda realidad. Tenemos que enfrentarnos a un replanteamiento muy duro de los fundamentos y del alcance del Estado del Bienestar, tal como los suecos hicieron a finales de los años 80. Gustará o no gustará hacerlo, pero la insostenibilidad financiera presente de la sanidad -sobre todo- y de la educación públicas, y la que se avecina de las pensiones, parece evidente a cualquier observador sensato. Las soluciones, tiempo habrá de hablar sobre ellas, vendrán de la mano de más mercado y menos Estado.

No les gustarán a los sentados del Movimiento 15 M, que en el fondo quieren que otros les resuelvan las cosas y no aceptan que nuestra dramática situación, desempleo incluido, tiene mucho que ver con los excesos del Estado en la regulación y en el gasto. Aunque menos mal que han leído a Hessel y no a Bakunin. No quieren desmontar el Estado, sólo quieren hacerlo más grande. Por eso se lo ha tomado con tanta tranquilidad el ministro del Interior.

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