LOS mejores reportajes de Informe semanal pueden volver a verse como epílogos de cada una de las entregas de los Telediarios. Ha sido la solución encontrada por los servicios informativos para llenar los sesenta minutos de duración de cada entrega cuando, primero, la agenda se descarga, y segundo, cuando los turnos de vacaciones merman la plantilla.

Pero no hay mal que por bien no venga. Convendrán conmigo que recuperar piezas como la dedicada al centenario de la Gran Vía es un gran acompañamiento para los postres y el café. Ver y escuchar a Alfredo Amestoy . No me negarán que ver entregas de Informe semanal atrasadas o atemporales no confiere cierta tranquilidad. Mientras a la hora del Telediario se sigan emitiendo retrospectivas sobre una exposición en el Museo del Prado o una ruta gastronómica es señal de que no ha pasado nada grave.

Detesto agosto como los domingos. Las etapas paralizantes matan. La holganza es la gran enemiga de la lectura y de los placeres del alma, porque desactiva las neuronas. Y lo dice alguien que no se ha perdido un Redes en doce años, por si sirve de curriculum. Pero he de reconocer que un agosto en calma chicha cumple su función social.

Los controladores aéreos están alterando esa calma, robando muchos más minutos de sumario de los que merecen. No soporto esa casta ni su filosofía de vida, donde lo único que cuenta es el dinero. Un salario así es inmoral, y recibirlo con naturalidad demuestra un sofisticado grado de deshumanización. En su pecado va la penitencia, pues. Lo malo es que hay inocentes que sufren los daños colaterales.

Por cierto, que el Informe semanal emitido hace un mes fue ejemplo de ecuanimidad. Que lo repitan varias veces para refrescarnos la memoria.

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