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LA xenofobia, latente o explícita, que manifiestan muchos españoles se cocina a base de tres ingredientes: el miedo instintivo al diferente, las dificultades reales que genera en la población una inmigración masiva en tiempos de crisis, y la fabricación y difusión de tópicos sobre los inmigrantes, sus hábitos y características.

Los tópicos no se dejan combatir así como así. El que sostiene que los inmigrantes arrebatan los puestos de trabajo a los nacionales ha reducido su influjo, pero todavía es dogma de fe en amplias capas de la sociedad. Hace meses, el ex ministro Miguel Arias Cañete consagró desde la política otro tópico muy asentado: los inmigrantes colapsan la sanidad pública. Incluso argumentó que van a los hospitales a hacerse en un cuarto de hora mamografías gratuitas que en sus países de origen necesitarían el sueldo de nueve meses para pagarse (en el caso de que pudieran).

Sinceramente, no creo que el líder del PP, y jerezano adoptivo, haya sufrido en sus carnes las consecuencias de esta presunta irrupción de africanos, europeos del Este y suramericanos en los ambulatorios y hospitales de la patria. Sospecho que, con sus declaraciones, él se limitó a hacerse eco y dar carta de naturaleza a lo que se comenta en el sector sanitario. Es una fuente fiable, desde luego, pero parcial. Lo que ven los trabajadores de la sanidad pública es que años atrás era raro atender a inmigrantes y ahora es muy frecuente. Claro, a ellos les parecen muchos.

No son tantos. Dos estudios científicos presentados el martes revelan que la población inmigrante asentada en España utiliza el sistema nacional de salud menos que la población española. Los extranjeros hacen un uso menos frecuente de la Atención Primaria de manera preventiva y mucho menos frecuente aún de las consultas de especialistas (un 38,9%, frente a un 57,9% de españoles). En cambio, van más a Urgencias, aunque esto lo explican los expertos porque, si están trabajando, los inmigrantes suelen tener más problemas de horarios que los autóctonos. Pienso que también su pertenencia a las clases bajas y su nivel cultural les inducen a un mayor consumo de las prestaciones de urgencia ambulatoria y hospitalaria. O sea, que no es un problema de nacionalidad ni de etnia, sino de pobreza. Como tantos otros que rodean al fenómeno de la inmigración.

De modo que fuera tópicos. Si nos incordian los inmigrantes no es porque nos quiten los puestos de trabajo ni entorpezcan con su aluvión nuestra atención sanitaria. Tampoco nos disputan las plazas escolares, dado que los mandamos a los colegios públicos. Quien quiera seguir instalado en la queja por los efectos nocivos de la inmigración tendrá que buscarse otros pretextos.

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