EL presidente del Gobierno endurece su discurso y los sindicatos lo reblandecen. Intercambio de papeles en un domingo de sol y política en Sevilla. Permuta de roles acorde con la paradójica hegemonía y decadencia de las corrientes ideológicas que han coadyuvado a la asimetría imperante. Rajoy mete la directa desde el congreso del PP poniendo a los españoles mirando hacia el abismo económico mientras Méndez y Toxo bajan la voz y concluyen la matinal de manifestaciones sin dar una arenga, como cualquier otro día que no hubieran convocado a la gente a salir a la calle.

El Gobierno está eufórico después de decretar recortes drásticos, incluso para atreverse a más y ganar las elecciones andaluzas con las tijeras de poda en la mano. El tándem UGT-CCOO tiene miedo de convocar una huelga general que no tenga éxito y acelere la deslegitimación del poder sindical en las relaciones laborales y en el sistema democrático. A más número de parados, más debilidad de las organizaciones sindicales. Tienen que hacérselo mirar. Porque también es más débil el poder político español, presionado por lo que le dictan las potencias europeas. Su discurso desde Sevilla también iba dirigido a las cancillerías y a los mercados, ávidos de corroborar si le tiembla o no el pulso después de dos meses metido a cirujano.

Así están las cosas por el momento. El Gobierno sale airoso de los destrozos que augura a una economía colapsada bajo ese mismo tipo de recetas, y es la oposición la que da muestras de flaqueza porque la sociedad damnificada está decepcionada con su doble moral y no siente que la pueda representar bien para salir del hoyo. En esta concatenación de sacrificios, de la que se libran las grandes fortunas, hemos de agradecer a Rajoy que nos libre de González Pons como portavoz del PP. Tan fácil tenía su partido la victoria electoral, con el derrumbe del zapaterismo, que hasta la han logrado con este político valenciano destilando un estilo falsario ante el micrófono.