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CONOCÍ hace tiempo la historia de la lucha generacional que se planteó en el gueto de Varsovia en el que los nazis habían recluido a los judíos para facilitar su traslado a los campos de exterminio. Era muy simple. Los mayores pensaban que los alemanes no se atreverían a matarlos porque les interesaba usarlos como mano de obra esclava, mientras los más jóvenes se hicieron partidarios de la rebelión por una cuestión de dignidad: era mejor morir peleando que esperar de rodillas a que los fueran sacando de uno en uno para asesinarlos de todos modos. La insurrección se produjo por eso.

Irena Sendler, que debería tener por entonces unos treinta años, acaba de fallecer en Polonia, provocando un sentimiento generalizado de orfandad en aquel país y despertando la admiración de quienes no conocían su existencia: casi todo el mundo. Al alemán Oskar Schindler le reconocieron los historiadores su gesta de salvar a mil judíos haciéndoles trampas a los jerarcas del régimen nacionalsocialista, y se ganó también el reconocimiento de millones de personas de todas partes gracias a Steven Spielberg y su siete veces oscarizada película sobre la famosa lista.

Irena Sendler salvó a 2.500 niños, pero hubo de esperar mucho tiempo para que se le reconociera. Durante el régimen comunista polaco todo el foco apuntó hacia la resistencia antinazi y no hubo espacio ni lugar para este tipo de hombres y mujeres anónimos que arriesgaron sus vidas haciendo lo que tenían que hacer, no por ideología o cálculo político, sino por humanidad. Y fuera de Polonia, sencillamente, no la conocía nadie.

Lo que hizo fue ni más ni menos que rescatar del gueto varsoviano a 2.500 niños judíos, sacándolos de allí por los métodos más inverosímiles y ocultándolos en las casas de familias católicas, iglesias y conventos, para evitar que se los llevaran a los campos de concentración, a un destino nada incierto. A la muerte. Fue descubierta y torturada por los nazis y condenada a la pena capital, de la que le libró la resistencia en el último momento. Curiosamente, el descubrimiento de Irena Sendler para la opinión pública no surgió de la Polonia comunista ni de la Polonia postcomunista, sino que fue posible por un trabajo de clase de los estudiantes de un instituto de Kansas (Estados Unidos).

Irena, que vivió modestamente hasta su muerte, era hija de un médico rural, y de él aprendió que la gente se divide, básicamente, en buenos y malos, pero sólo por sus actos, no por las ideas que sustenten o las propiedades que tengan. Seguro que esta enseñanza le sirvió para ser una heroína sin fanfarrias ni himnos. Un ser humano que apostó por la compasión y la valentía en tiempos sombríos.

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