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Joaquín Pérez-Azaústre

Islam y derecho

LA última frontera es el derecho. El derecho como límite, como salvaguarda de uno mismo, de una forma de vida muy imperfecta, sí, pero garantista de unos derechos mínimos en la esfera de la libertad individual. El derecho, al final, se sitúa por encima de la sutileza cultural, ese entendimiento necesario, entre instructivo y lúcido, que hace que las gentes más dispares se entiendan. Necesitamos esa sutileza, necesitamos ese entendimiento; pero necesitamos todavía más al derecho. Necesitamos la sutileza de saber, comprender, estudiar, que en el mundo musulmán no está permitida la representación, y que mentar a Mahoma es todavía peor que aquí mentar a la madre. Entonces, es normal que si alguien se da un paseo por cualquier país musulmán no se le ocurra bajarse del avión con una camiseta en la que luzca la cara del Profeta, del mismo modo que nadie en su sano juicio se plantará en Bagdad, en el corazón del zoco, con un Corán en la mano para prenderle fuego. Todo esto tiene que ver no sólo con la necesaria sutileza, con el entendimiento que comentábamos antes, sino también con una cortesía razonable, exigible siempre que se va a alguna parte, ya sea para emprender un viaje a Egipto o para cenar en casa ajena. Uno trata de entender lo diferente, y ese entendimiento comienza en el respeto. A partir de ahí, puede comenzar un intercambio.

Pero también la sutileza, el entendimiento y el respeto tienen sus propios límites. Uno no tiene por qué respetar una acción reprobable, y mucho menos si la considera terrible. Estoy tan seguro de que el tipo que ha filmado el famoso vídeo de Mahoma es un perfecto imbécil con afán de protagonismo, irresponsable, y lerdo, como de que la reacción que hemos visto en los países musulmanes, con las calles tomadas por una muchedumbre dispuesta al linchamiento -lo han hecho, asaltando embajadas y matando a ese embajador estadounidense-, es una barbaridad que no merece comprensión alguna.

La cuestión aquí nada tiene que ver, en el fondo, con respetar una sensibilidad distinta. Por muy irresponsable, maligno -si lo hizo buscando lo que luego ha pasado- o directamente imbécil que sea el autor del vídeo, en nuestro mundo, en nuestra sociedad, tiene derecho a hacerlo. Y si alguien se siente ofendido, siempre puede actuar judicialmente, y su derecho será tenido en cuenta. Pero ningún vídeo, ninguna caricatura, ningún poema, ninguna pintada, ninguna escultura justifica esta barbarie.

Hemos de remarcar la diferencia entre el respeto a lo distinto y perdernos el respeto a nosotros mismos. En nuestro todavía vigente Estado de Derecho, la ablación sigue siendo un delito de lesiones, y nunca se podrá considerar una excepción cultural, sino una salvajada. Con tanto comprender, no podemos olvidarnos de nuestros derechos y libertades públicas. Incluida, siempre, la libertad de expresión.

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