LA complicada formación del Gobierno en Italia ha demostrado qué peligrosos son los movimientos antisistema que no cuentan con sistema alternativo alguno. La negativa de Beppe Grillo a dar su apoyo, aunque fuera de forma provisional, a Bersani, ganador de las elecciones y hasta ahora líder del progresista Partido Democrático, ha dado como resultado un Gobierno que puede terminar liderado por el paradigma de un político corrupto: Silvio Berlusconi. Enrico Letta, del Partido Democrático, gobernará un país con nueve ministros de su partido, cinco de Berlusconi y tres de Mario Monti, pero el vicepresidente y ministro del Interior será de Il Cavaliere, un hombre que necesita del poder para librarse de ser enjuiciado y, probablemente, encarcelado. Durante sus mandatos, Berlusconi promovió cambios legales realizados exclusivamente para su beneficio, para impedir su procesamiento por parte de los jueces. Sus negocios y la política siempre fueron de la mano sin ningún tipo de pudor. Gracias a Grillo, Berlusconi vuelve a escena y al poder, porque es difícil imaginar que un partido creado para su propio interés no vaya a servir, desde dentro del Gobierno, de correa de transmisión de sus intereses particulares. Acuciado por una crisis institucional que sólo Italia puede resistir, sin presidente de la República ni primer ministro, Napolitano optó por designar un Gobierno para dar estabilidad antes que volver a convocar elecciones. Ésa fue su decisión, y ya veremos con el tiempo si ha sido acertada o deberá retomar la idea de las urnas. Napolitano puso como condición para volver a la Presidencia que los partidos lograsen un acuerdo y, en efecto, así ha sido, pero la mezcolanza recuerda mucho a los tiempos de la Democracia Cristiana, cuando cinco partidos podían repartirse el poder. Efectivamente, Italia está acostumbrada a ello: una sociedad civil potente y un empresariado que se ha abierto paso al margen de los sucesivos gobiernos explican que este importante país siga funcionando, pero ello no evita que lo ocurrido sea motivo de preocupación para la Unión Europea. Si algo necesita en estos momentos la UE, y en especial la Eurozona, son líderes en los llamados países periféricos, a los que cabría añadir Francia, que puedan influir en las políticas restrictivas de Angela Merkel, quien la pasada semana llegó a posicionarse a favor de una medida que terminaría por estrangularnos a todos:una subida de los tipos de interés. España acabará el año con una inflación de menos del 1% y una contracción del 1,5% del PIB: una subida del precio del dinero sería una suerte de puntilla. Necesitamos a Italia, pero a una Italia fuerte y, por tanto, creíble. Y no es ésta.

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