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EN la sociedad de la globalización en que vivimos, todo el mundo ha podido tener acceso a través de Youtube al vídeo de casi un minuto y medio de duración que muestra cómo una auténtica jauría humana, compuesta por al menos una docena de individuos armados con palos y cinturones reliados en las manos, circunda el estadio del Sevilla F. C. a la caza y captura de algún hincha del Atlético de Madrid que se les ponga a tiro y la brutal paliza propinada a un aficionado que parece llevar bajo la sudadera la segunda equipación del club rojiblanco y que queda tirado sobre el suelo con la cara bañada en sangre. El episodio de violencia ciega, grabado en plan exhibicionista, concluye con un mensaje a la víctima sobre la sinrazón de su acción: "Para que tengas un recuerdo de nosotros". El rostro ensangrentado del aficionado atlético apaleado en los aledaños del Sánchez Pizjuán es una imagen paralela a la del rostro de Armando, el portero del Athletic, herido una semana antes por el botellazo propinado por un salvaje en el interior del estadio Ruiz de Lopera, y las dos imágenes tienen por denominador común, aparte de la sangre y la violencia, la consecuencia de que manchan ante el mundo la reputación de una ciudad universal como Sevilla, la cual tiene en el turismo una de sus fuentes de riqueza. El fútbol, que debería ser una fiesta del deporte y un motivo para la confraternización, ha acabado atrayendo a grupúsculos de radicales, ultras, cabezas rapadas, neonazis, desclasados y violentos que aprovechan las concentraciones de hinchas para ejercer el vandalismo urbano e intimidar o agredir a quien no consideran parte de su tribu por ser hincha del equipo contrario. Estos episodios suceden a otros anteriores, tanto en Nervión como Heliópolis (recuérdese la reciente quema de coches tras un partido Betis-Deportivo), y deben obligar a revisar y reforzar las medidas de seguridad y los despliegues policiales en las áreas de influencia de los estadios, para que los vándalos no campen a sus anchas destrozando mobiliario urbano, quemando coches, apaleando personas y destrozando la imagen que Sevilla proyecta ante el mundo.

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