Visto y oído

Francisco / Andrés / Gallardo

Jefes

ESE operario novato tan desastre. Ese subordinado lamentable que crispa, o no, a los veteranos. Pero un detalle: ¿por qué siguen las cámaras a ese trabajador nuevo? ¿no daban el cante? Vale. Aceptamos el docu-reality en el que un empresario se camufla como obrerete despistado, de currelante chungo, y se empotra así en los intestinos de su plantilla, compartiendo laburo y penurias con su gente, sin que ellos lo sepan. No es mala campaña de imagen para cualquier empresario que se precie, por cierto.

El jefe, estrenado a las tantas en Antena 3, es un cuento de Capra. Con historias tan tiernas como una portada de Ana Rosa y que, tal vez, nos llega un tanto tarde. Tras tantos años de crisis sosteniendo las esperanzas de salir alguna vez del túnel nos hemos endurecido de esceptismo. A estas alturas ya no nos creemos nada de nadie.

Al primer jefe de El jefe, Pedro Rodríguez Villanueva, director de un grupo empresarial que incluye constructoras y embotelladoras de agua, se le ablandó el corazón cuando comprobó el trabajo y las estrecheces de algunos de sus operarios. En ese momento, cuando se grabó el programa, hace un año, antes de los tirones de orejas europeos, el Grupo Villanueva neutralizó un expediente de regulación de empleo, como narra el programa. Pero al cabo de los meses, con la realidad en los tuétanos contables, hubo que despedir a un puñado de trabajadores, como se reconoció en un rótulo sobreimpresionado a la finalización. La parábola de El jefe vino a autodestruirse con el paso de los meses. Este espacio nos cuenta historias bonitas, cuando los poderosos bajan al sótano, pero su moraleja viene a ser incierta e improbable con la que tenemos encima. Pero, bueno, reconozcamos que las historias de trabajadores con final feliz pueden ser necesarias, y útiles, cuando lo que más nos preocupa, y con creces, es nuestro mundano futuro.

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