TOCA glosar como se merece la labor de la sevillana Rosa García Perea como editora al frente de Jirones de Azul. Está animando el cotarro hispalense de las letras, territorio desde el que resulta tan difícil rentabilizar una empresa, vivir de la venta de libros y extender su área de difusión y clientela lejos de la Giralda. El único que lo ha logrado es Abelardo Linares desde la Editorial Renacimiento. Especializándose en la ausencia de especialización en temas sevillanos.

Jirones de Azul está poniendo en circulación libros cuyo enfoque denota visión comercial, rara virtud en un sector donde todo aquel que tiene necesidad de escribir un libro se cree que va a tener una legión de lectores a la puerta de su casa, como si fuera la Rowling desvelando la nueva trama de Harry Potter; y donde todo aquel que se mete a editor se siente el ombligo del parnaso y parte del extranjero a la hora de empapelar al prójimo. En Sevilla hay miles de personas que pueden escribir al menos un libro interesante. Pueden ser tantos como compradores de al menos un solo libro al año. Demasiada potencia de tiro para tan poco largo de alcance. Por eso tiene doble mérito meterse a imprimir y distribuir en busca de que alguno de los títulos se convierta en un best-seller metropolitano, compitiendo con las novelas de Stieg Larsson (Los hombres que no amaban a las mujeres), el ensayo de Leopoldo Abadía sobre La crisis Ninja o el periodismo en carne vive de Roberto Saviano con Gomorra.

Me da que Rosa García Perea es una corredora de fondo, inasequible al desaliento de competir en un mercado muy difícil. Tendrá que cuidarse de los idus de marzo, porque aumentará el número de petulantes que le llevarán impresas sus vacuidades en busca de un minuto de gloria al presentarlas como libro. En la Almuzara de Pimentel tiene una buena escuela para cimentar el entusiasmo con estructura empresarial y amplitud de miras.