JUAN Maestre vivió como esos guerreros de los cuentos orientales que se posan sobre los juncos sin curvarlos. Guerreó tanto y tan duro como quienes lo trataron no podían sospechar, tan dulcemente discreto y educado era su carácter. Guerreó contra él mismo, buscando su vocación; y contra esta Sevilla nuestra, tan acomodaticia y mediocre que hace parecer absurdo todo esfuerzo de superación. Guerreó para ser pintor; y cuando lo logró, para serlo mejor. Guerreó contra lo que conseguía, buscando más; contra los premios que obtuvo, utilizándolos para crecer como artista en vez de complacerse en ellos; contra los éxitos, buscando en su alegre insatisfacción exenta de amargura el impulso para andar el camino sin meta que emprende todo aquel que se dedica con seriedad a la creación. Guerreó por fin contra la enfermedad, y le arrancó todo el tiempo que le pudo arrebatar. Por eso era como los guerreros cuya fuerza y valor les dota, no de pesantez o arrogancia, sino de esa elegante levedad que les permite posarse sobre los juncos sin curvarlos.
Tenía tanto que decir que su mirada rebosaba palabras; era tan íntimamente fuerte que podía permitirse el lujo de mostrar esa humana fragilidad que los inseguros esconden tras una máscara de cinismo y de dureza; el humor era su cortesía, y ésta la forma que el pudor daba a su bondad; poseía la segura prudencia de los valientes; cultivó, en esta tierra tan pobre en matices, el difícil arte de la sonrisa. Ello le permitió ser el maestrante de las vanguardias que vinculó la institución a la que sirvió con nombres mayores -Rivers, Laffón, Sáenz, Pérez Villalta, Arroyo, Cadenas, Katz, Vargas Llosa, Savater o Fuentes- de la pintura, el pensamiento y la literatura. Y le permitió ser lo que quería ser, un pintor; reconocido por premios tan prestigiosos como el de la Fundación Focus.
Muy de Juan, de su insatisfacción exenta de amargura, fue invertir la dotación de este premio en seguir buscándose a sí mismo como pintor. Se marchó a Nueva York y allí se produjo el punto de giro de su vida. Los pormenores quedaron anotados en unos cuadernos que quiso llevarse con él: su pudor, siempre; y su cortesía: lo que de ellos debiera conocerse estaba dicho en sus cuadros. La cortesía del artista, me dijo una vez el gran compositor Nino Rota, consiste en reservarse el esfuerzo para él y darle al oyente sólo su fruto en forma de emoción y placer. Es lo que hizo Juan al llevarse su diario y dejarnos sus frutos en los cuadros que desde mañana pueden verse en la Real Maestranza en la exposición antológica Juan Maestre. Agenda de Nueva York.
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