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Cuchillo sin filo

francisco Correal

Julio del 36

EN España es preciso hacer una revolución francesa que nos vacune contra la revolución rusa. Lo dice uno de los personajes del mosaico del 36 que escribió Camilo José Cela. Una novela en la que narra los días previos a aquel 18 de julio, con media España acompañando el cadáver del teniente Castillo y otra media el de José Calvo-Sotelo. En las revoluciones nadie duerme, dice con cierta sorna. Lo malo es que muchas veces nadie se despierta.

La Guerra Civil fue una probatura sangrienta de la Segunda Guerra Mundial, con la particularidad de quienes ganaron la segunda perdieron la primera. "Ganar la guerra es una vergüenza", escribe Curzio Malaparte al final de su novela La Piel. Y perderla también lo es si con ochenta años de retraso se quiere ganar con la moviola de la historia.

Max Aub, uno de los muchos españoles lúcidos que vivieron el exilio y murieron fuera de su patria, retrata en su relato La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco la total ausencia de autocrítica de la izquierda española de entonces, sus continuos reproches, manifestados después por quienes compartieron destierro en México.

La República que terminó su ciclo de forma tan cruel no era un ente monocolor, llevaba sus propios conflictos y esos enfrentamientos internos aceleraron el curso de los acontecimientos. Es curioso que sea la izquierda más sectaria y radical la que más énfasis pone en vivificar una y otra vez la asignatura pendiente del 36. No sé qué habría sido de los republicanos moderados si hubiera triunfado la llamada dictadura del proletariado ("España será el segundo país de Europa con un Gobierno proletario", escribe Cela, ¿cómo terminó el primero?), se habrían tenido que exiliar igualmente pero de puro aburrimiento.

Ya no hay dos Españas, si acaso diecisiete. Miren el mundo y sabrán que el fantasma del 36, si existe, están en otros sitios. En todos sitios, podíamos decir, porque el terror nos globaliza y nos convierte a todos en Brigadas Internacionales en defensa del sentido común, la convivencia y, sí, de la Fraternidad, esa palabra de la revolución francesa que con sus hermanas la Igualdad y la Libertad nos librará de la revolución rusa. Hermanos, pero no primos.

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