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Rafael Salgueiro

Menos Júpiter y más Mercurio, y IV (Acción)

El autor defiende el ensayo de todas las soluciones sin restricciones ideológicas, como la gestión privada de los hospitales públicos

EL Júpiter presupuestario español ha ido adoptando múltiples formas a lo largo del tiempo, desde la descentralización territorial y segmentación competencial de las decisiones de gasto público a la continua ampliación de su ámbito de actividades, pasando por el inevitado crecimiento de su dimensión. Pero ahora se ve obligado a la concentración del gasto en el mantenimiento del empleo público, en lo posible, y en las funciones legitimadoras del Estado de bienestar (y del bienestar del Estado): sanidad, educación y pensiones, con el reciente añadido de la dependencia.

Nadie ha puesto en discusión en este país estas funciones públicas y nadie deja de reconocer la universalidad y la gran calidad de la atención sanitaria, una de las mejores del mundo sin lugar a dudas. La enseñanza obligatoria es, sin embargo, manifiestamente mejorable y no hay que ir muy lejos para identificar buenas prácticas incluso dentro del marco actual: basta fijarse en qué hacen en Castilla y León, cuyos resultados en los informes PISA son sobresalientes en España y comparables a los que obtienen los mejores países europeos. El problema no es la función protectora e igualadora de oportunidades en sí misma, sino cómo logramos que alcance una eficiencia que permita mantenerla con los recursos fiscales que ahora -y durante mucho tiempo, esto no es pasajero- podemos dedicar a ello. En mi opinión, estamos obligados a ensayar todas las soluciones liberados de cualquier restricción ideológica. Entre ellas la gestión privada de los hospitales públicos y la intensificación de los conciertos con la enseñanza privada e ir pensando seriamente en un sistema privado complementario de las pensiones públicas. No hay que alejarse mucho del socialismo para buscar referentes, basta con estudiar las reformas que se hicieron en Suecia a principios de los noventa.

Júpiter está soportado por Mercurio, que simboliza la acción económica individual y empresarial, uno de cuyos resultados son los impuestos de todo tipo que sostienen lo público. Creo que ya nos estamos dando cuenta de que es absolutamente imposible tratar de mantener a Júpiter con la respiración asistida del endeudamiento y de que es también imposible mantenerlo en la dimensión que ha alcanzado: nuestro Mercurio no da para tanto.

El Júpiter regional parece reaccionar, al menos, en el propósito de reconocer, animar y facilitar el emprendimiento, aunque no entienda muy bien qué significa, desplazando en buena medida a las políticas convencionales orientadas al apoyo financiero a los proyectos empresariales y a las políticas de otro tiempo basadas en el emprendimiento público mediante la creación de empresas públicas. El problema es que una política de estímulo al emprendimiento no es de fácil diseño ni ejecución y requiere que la sociedad valore debidamente a quienes no quieren limitarse a ser empleados de otros. Es imprescindible que se reconozca y se aprecie el derecho a la recompensa económica que se deriva del éxito empresarial, que no proviene de otra cosa que ofrecer productos y servicios cuya adquisición es considerada libremente por un ciudadano más beneficiosa que otras alternativas. No estamos obligados a adquirir nada a nadie, salvo el agua del grifo y la revisión del coche si la hacemos en Andalucía.

Es muy importante la ejemplaridad y, desde luego, no contribuyen a ella ni algunos casos de empresarios de altos vuelos actualmente noticiosos, ni el comportamiento de algunos administradores de cajas de ahorro (más bien su ignorancia autorreconocida), ni la panoplia de listillos advenedizos y de visionarios -más bien, alucinados- que degeneraron el sector de la construcción, no sin la ayuda de los administradores mencionados. Tampoco contribuye a lo ejemplar la indeseable combinación de favores públicos e intereses privados de la que tenemos conocimiento con frecuencia. Pero es injusta cualquier generalización, porque a cada caso deshonesto en lo público o en lo privado cualquiera puede contraponer miles de ejemplos de probidad, de responsabilidad y de buen hacer en ambos ámbitos.

¿Qué puede hacer el Júpiter regional, que ha hecho explícita su vocación de favorecer el emprendimiento? Pues personalmente creo que, como primera providencia, evitar la tentación de ir más allá de la provisión de los factores de producción básicos que corresponden a lo público, teniendo en cuenta que facilitar la acumulación capitalista es también una función distintiva del Estado de bienestar, dicho sea para los que creen que se limita a las de carácter social. En segundo lugar debe recapacitar sobre su inusitada exhuberancia legislativa y de creación de instituciones, común a todas las autonomías, poniendo límite a tanto "toque regional" en un país que no es ni un 25% mayor que California en superficie y en población. Por cierto, es éste un Estado tan pobre que sólo tiene una universidad pública con diez sedes, tantas como universidades tenemos en Andalucía. En tercer lugar, y esto es lo más importante, hay que proceder a una revisión profunda y sistemática de las normas y prácticas administrativas relacionadas con las competencias autonómicas que afectan al ejercicio empresarial, bien contribuyendo a las reformas que el Gobierno de España quiere promover o bien mediante la identificación y adopción de la mejor práctica en Europa para cada caso concreto.

Por el contrario, no creo que sirvan a este propósito la concertación social ni sus pactos derivados. La concertación ha sido, en su esencia, un instrumento de legitimación de los gobiernos socialistas ante el empresariado, circunscrito éste a su organización más representativa, y un instrumento de sobrerreconocimiento a los sindicatos orgánicos. Ha servido para mantener la ficción de la existencia de una "clase empresarial" y una "clase trabajadora" como tales clases sociales, y ha terminado poniendo la totalidad de la política económica al servicio de un consenso no pocas veces esterilizante, convirtiendo a los consejeros más en administradores que en gobernantes. Sobre el contenido y alcance de los pactos sugiero al interesado la lectura del III Pacto Andaluz por el Turismo, por ejemplo, cuya novación parece ser el objetivo político del ramo en esta legislatura. Una vez leído estará usted bien preparado para anticipar el gran pacto de los montes que se nos está anunciando, aunque en éste los concertantes tendrán una ventaja: hasta ahora ninguno era responsable de la desoladora situación actual, pero ya se están poniendo de acuerdo en quién es el verdadero culpable.

No hay bienestar sin mercado, sólo hay reparto desigual de la escasez tal como nos lo demuestran los experimentos sociales del siglo XX. Y tal como L. von Mises dejó bien asentado en el capítulo 35 de su monumental La Acción Humana (1949), titulado "El principio del Estado tutelar contra el principio del mercado". Lástima que por desdeñarlo o por no leerlo lo suficiente hayamos tenido que comprobar por nosotros mismos que el bienestar público tenía límites. Hemos chocado contra los topes y no hay más remedio que dar marcha atrás mientras no se prolongue la vía.

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