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Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Justos por pecadores

Por segundo año se cierran bares, se restringe el acceso a calles. Al final todos somos sospechosos de reventar la Madrugada

Escribí esto en abril de 2017. Y hoy me ratifico.

Se veía venir, no ha sido ninguna sorpresa. Como los que mandan -a los que no se debe llamar autoridades porque para eso tendrían que demostrar que tienen autoridad y carecen de ella mientras exhiben inoperancia e incapacidad- no han sabido, saben ni sabrán qué hacer para evitar que tres (o unos cuantos más) delincuentes y otros que ya andan en proyecto de serlo jodan a la mayoría, hacen tabla rasa y optan por lo de siempre: recortar las libertades y los derechos individuales de los demás. Al final resulta que todos somos culpables mientras no se demuestre lo contrario, así que lo más rápido es considerarnos a todos sospechosos de provocar disturbios en la madrugada del Viernes Santo.

Como no se puede impedir el consumo de alcohol sólo a los que tienen mal beber se nos prohíbe a todos. O más aún: como se tiene la certeza de que los instigadores de los disturbios llevaban una melopea bíblica -lo que lleva al convencimiento (¿?) de que no existen los alborotadores sobrios ni los subversivos abstemios- se decreta la ley seca, y aquí presunta paz y después maldita gloria.

¿Cómo? Cerrando los bares con un toque de queda entre las once de la noche y las seis de la mañana. Y como se duda de con qué aviesa intención se dirige un ciudadano cualquiera a determinada zona sensible de la ciudad durante esas horas de una noche tan señalada, se restringe el acceso a esas calles y se controlan los movimientos de todos, porque cualquiera puede ser un indeseable dispuesto a organizar un pifostio. Parece que volvemos a los tiempos del DNI en la boca.

A todo esto se puede objetar que la noche en cuestión no es la más idónea para dedicarla a la priva, que hay otras trescientos sesenta y pico noches al año mucho más propicias para tontear con la cogorza y hasta con el coma etílico. En efecto: es una objeción oportuna y acertada. Y se suscribe. Pero es que no se trata de eso. Se trata de que la excepcionalidad -la represión, el castigo- hay que aplicarla al que delinque y no al revés. La vigilancia y la prohibición deben recaer sobre el que ha agredido la norma sagrada de la libertad individual de los demás, libres tanto para emocionarse ante el paso del Cristo del que son devotos como para evocar recuerdos de un tiempo perdido ante un vaso de whisky en su bar (abierto) favorito. Ambos están en su derecho.

Pero me temo que no será así. Me temo que habrá que seguir echando mano de la resignación cristiana o del estoicismo. Según cada cual. Es lo que hay.

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