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LA Unión Europea ha actuado con absoluta irresponsabilidad a la hora de tomar decisiones sobre la autonomía de Kosovo. No todo vale con tal de conseguir la "estabilidad" de una zona en conflicto, sobre todo cuando no se tiene en cuenta a todos los directamente implicados. Ese tipo de resoluciones no sólo no garantizan la buscada estabilidad sino que, por el contrario, abren la puerta a nuevas tensiones.

Por primera vez en la historia de la Europa moderna, una organización internacional cambia fronteras sin tener en cuenta los intereses de las partes afectadas. En Kosovo rebosan de satisfacción al verse nación independiente en lugar de provincia serbia, pero evidentemente Serbia tendría que decir algo sobre esta decisión que le despoja de parte de su territorio. Su primera reacción ha sido anunciar un recurso ante el Tribunal Internacional de Naciones Unidas; si ese tribunal le da la razón, los kosovares se revolverán contra la ONU y contra Serbia, y la UE habrá dado un paso que, en lugar de traer estabilidad a los Balcanes, echará aún más leña a un fuego que se encendió tras la muerte de Tito y que se ha cobrado centenares de miles de víctimas en los últimos años.

La cooperación internacional se centró en garantizar la seguridad interna en los países balcánicos, se enviaron tropas para impedir el genocidio y para buscar concordia entre personas de distintas razas, religiones y lenguas que sólo la mano férrea de Tito había conseguido mantener unidas. Pero la ayuda exterior no puede ir más allá, no está capacitada para dar carta de indentidad, independencia y soberanismo a una de las partes del conflicto sin tener en cuenta a las demás. Pero hay algo aún más grave: la UE se inclina por dar la independencia a un país que ha utilizado una violencia inusitada para conseguirla, con un chantaje intolerable que ha traspasado las fronteras de lo que hasta ahora era una provincia serbia.

Kosovo, por otra parte, es en sí mismo un territorio extremadamente conflictivo, con una mayoría albana enfrentada hasta la muerte con la serbia y con una corrupción interna inconmensurable. Antes de acceder a la independencia tendría que aceptar unas mínimas reglas de juego democrático.

Pero la decisión de la UE tiene otra vertiente más que hay que tener en cuenta. Kosovo se puede convertir en ejemplo de cómo conseguir la independencia a través de la fuerza. No hace falta ser muy sutil para adivinar que ETA va a tomar nota de ello, y tampoco hace falta ser muy sutil para adivinar que comunidades en las que el nacionalismo ha arraigado con fuerza, como la catalana, la flamenca o la vasca, pueden considerar que si los kosovares han podido acceder a la independencia aun sin contar con el visto bueno de Serbia, ellas también pueden hacerlo sin contar con la aceptación de España o de Bélgica.

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