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EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

Lección de toros

LA mejor explicación taurina que he oído en mucho tiempo la oí en Lyon, en un pequeño restaurante de la rue Saint-Jean. En la mesa de al lado había una pareja de unos sesenta años, con ese aire sofisticado que es tan inconfundible en Francia. Les acababan de servir dos entrecots, pero no los habían probado porque estaban escuchando con atención al dueño del local. Yo llegué cuando la conversación había empezado, así que no sé cómo surgió el tema. El caso es que el dueño estaba de pie frente a su mesa de la pareja, y estaba explicando las diferencias entre el capote y la muleta (capoté y muletá, por supuesto, porque pronunciaba las palabras a la francesa).

El dueño era un francés de unos treinta años. Era tan entusiasta que cogió con las dos manos la servilleta que llevaba metida en el delantal y trazó una media verónica de ésas que -según me contó José Mateos- hacía como nadie Rafael de Paula. "Voilà le capote", dijo, y de pronto me di cuenta de que todos los clientes del local se habían quedado en silencio. Y luego el hombre cogió la servilleta con la mano izquierda y empezó a moverla muy despacio de abajo arriba (cuando lo vi, se me ocurrió que hacía toreo de salón en su casa). "Voilà la muleta, pase de pecho", dijo al terminar.

Yo no tengo ni idea de toros, ni me gustan, ni sabía cuáles eran las diferencias entre el capote y la muleta hasta que vi a aquel tipo en el restaurante de Lyon. Pero me llamó la atención el silencio reverencial que se apoderó del restaurante y la atención fascinada de la pareja que estaba a mi lado. Los toros son como la filatelia o las setas o la poesía china: o te gustan o no te gustan, y no deberían importarle a nadie más que a los aficionados. Sí, ya sé que los toros sufren, pero si se prohíben las corridas de toros, también hay que prohibir los mataderos de animales, por muy higiénicos que sean (si es que lo son). No creo que en Cataluña haya mucha gente que sepa diferenciar una muleta de un capote. Tampoco creo que haya muchos militantes por los derechos de los animales (si no hay intereses políticos de por medio, claro está). Y aun así, las corridas de toros han ocupado durante meses la atención de toda Cataluña y del resto del país. ¿No es un absurdo tremendo? ¿No es como para echarse a temblar? Este asunto sólo debería interesar a los aficionados, como aquel hombre de Lyon que toreaba -y muy bien- con una servilleta, pero se ha politizado tanto que se ha convertido en una inmensa tabarra que nos obliga a pronunciarnos sobre un tema que en el fondo nos importa un pimiento. Errol Flynn, en la película Fiesta, toreaba en una calle de Pamplona con un cheque sin fondos. Eso es lo que se merece la clase política que se ha embarcado en este asunto sólo para fingir que tiene algo que hacer.

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