Lejos de Suresnes

El personal no está por la labor de tragarse operaciones fraguadas en despachos que huelen demasiado a poder

Creíamos que el Partido Socialista Obrero Español era el gran estabilizador de la democracia desde los tiempos en que la UCD ya apuntaba las primeras señales de su derrumbe; pensábamos que, por muchas acrobacias ideológicas que pudieran permitirse bajo sus siglas, nunca desbordaría las sombras inspiradoras y patriarcales de un Felipe González o de un Alfonso Guerra; estábamos convencidos de que la corriente andaluza que desde el principio ha venido predominando en su conformación heterogénea, para recelo de catalanes y vascos, acabaría imponiéndose también ahora.

Pero los flashes en la noche de Ferraz el pasado domingo nos dijeron que no. El triunfo inapelable de Pedro Sánchez en las primarias ante Susana Díaz supone un punto de inflexión en la historia del Partido Socialista. Y algo muy importante, quizá no demasiado valorado: con un plus de legitimidad del que carecía el nuevo secretario general antes del golpe de octubre que lo puso en la calle. El personal no está por la labor de tragarse operaciones fraguadas en despachos ilustres que huelen demasiado a la colonia del poder. Aquí ha habido, sobre todo, una desconexión entre la nomenclatura y la militancia, entre las componendas de salón y la visión a ras de suelo del militante de base.

Esta operación a corazón abierto ha arrojado la versión menos esperada del partido, la más izquierdista, la menos socialdemócrata, entre otras cosas porque hace tiempo que no hay que ser del PSOE para apuntarse al Estado del bienestar. También, la menos andaluza, por mucho que mi amigo Celis haya sido un puntal fundamental en la campaña de Sánchez. El socialismo español mira hoy claramente hacia el norte, coquetea en los terrenos difusos del federalismo asimétrico, hace juegos de palabras con el concepto de nación, es complaciente con los desafíos indisimulados del separatismo. Plantea, en definitiva, la batalla en el campo de Podemos donde se cuecen las habas de los votos de izquierda, y da por perdidos otros caladeros donde hasta no hace mucho también tiraba la caña.

La otra noche, viendo en la televisión a Sánchez y su gente cantar puño en alto La Internacional, pensaba en lo lejos que quedan ahora los tiempos de la nueva Europa y el pragmatismo, del partido sistémico integrador de las grandes clases medias de España, de la renuncia al marxismo como ideología matriz de la casa. Casi tan lejos como Suresnes.

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