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Opinión de Juan José Morillas Rodríguez-Caso

Juan José Morillas Rodríguez-Caso

Libres de odio y de amistad

El autor reflexiona sobre las propuestas laicistas de IU y Participa.

Todos los ediles que ocupan actualmente asiento en el Consistorio hispalense, por la voluntad popular, libremente expresada, tal vez debieran hacerlo en la sala primitiva en la que se celebraban las reuniones del Ayuntamiento, la denominada Sala Capitular baja, en la que estuvo expuesto en la pasada cuaresma el palio de Nuestra Señora de la Mercedes, de la Hermandad de Santa Genoveva. Sería bueno para que se fijasen en la amplia inscripción en latín que figura en el friso superior de su artística decoración, que pretendía recordar a quienes allí se ubicaban para administrar la ciudad, cómo debieran actuar al proponer, debatir y decidir los temas que a los ciudadanos atañe, con absoluta imparcialidad y mirando siempre el bien común. Y, como esto no es factible, será conveniente recordarles a los munícipes esa recomendación clásica, que acertadamente plasmaron los artífices de esta obra de arte, en la inscripción que ha perdurado desde el siglo XVI en el noble edificio de la Plaza Nueva.

Viene a cuento esta sugerencia, con la distancia de un tiempo prudencial transcurrido, ante las propuestas, presentadas en plenos de calendario morado, por un escaso puñado de nuestros representantes, enarbolando unos planteamientos que tal vez apoyarían un tanto por ciento ridículo de sevillanos, menospreciando o desconociendo -más bien- que deben ser respetuosos con todos los ciudadanos representados, no sólo con el irrelevante grupo que les aplaude estas bravatas, haciendo caso omiso de los principios que sustentan el sistema democrático, de consideración hacia los demás y hacia las mayorías, y que se permitieron -ellos sí-, la libertad de arremeter, en sus absurdas peticiones, con aspectos y relaciones que tienen que ver con la Iglesia en una ciudad en la que, incluso, en su escudo multicentenario figura su carácter de secular tradición religiosa. Es una prueba más de la enconada obsesión por atacar, desprestigiar y abolir, si pudiesen, fundamentos de nuestra sociedad sevillana y, en muchos casos, pilares de la formación y práctica de muchos miles de ciudadanos, que consideramos como intocable aspectos que sustentan nuestra vida cotidiana.

En la leyenda mencionada, partiendo de citas -algo alteradas- del libro de Salustio De coniuratione Catilinae, del Éxodo y del Deuteronomio, se reproduce en latín la siguiente leyenda, que traduzco literalmente: "Es conveniente que todos los hombres, que deliberan sobre temas dudosos, estén libres de odio, ira, amistad y misericordia. No fácilmente prevé el espíritu lo verdadero cuando aquellas cosas estorban. No sigas a la turba para hacer el mal ni en el juicio te doblegues a la opiniones de la mayoría de tal modo que te desvíes de lo verdadero. Escuchad a aquellos, juzgad lo que es verdadero, sea aquel ciudadano sea aquel peregrino, ninguna distincíon habrá de personas, así oiréis lo pequeño como grande y no consideréis la posición de cualquiera porque el juicio es de Dios".

Es obvio que los individuos que se arrogan una representatividad que no tienen, obcecados por su virulento rechazo de la ideología cristiana, sin considerar su historia, trayectoria, su ingente obra social, su finalidad de llevar el bien y la paz a los hogares y las personas más necesitadas, su continua proclamación del amor y comprensión fraterna, estos seudopolíticos que sólo se contemplan a sí mismos, enrocados en discursos añejos, oxidados, que huelen a alcanfor, con la pretensión única de hacerse notar por estas excentricidades, más que por sus trabajos en aras de la comunidad que les ha situado en esos privilegiados cargos públicos, estos vociferadores de viejas escuelas felizmente olvidadas, no han leído, ni les interesan, estas recomendaciones, no porque estén en la lengua clásica más universal -que desconocerán, por supuesto-, ni porque sus plácidas posaderas se asienten cada semana en otro salón excelso, sino porque están ciegos de esa ira, de ese odio, al que alude el escritor romano Salustio, hacia la Iglesia católica y no muestran precisamente tampoco ni amistad ni misericordia hacia quienes sólo responden con sus buenas y laudatorias obras, con el perdón por los excesos, con la continuidad de su mensaje de amor hacia todos los hombres, también para ellos, y por supuesto, con la confesión sin tapujos y con testimonios de ser hijos de Dios y seguidores fieles de su bendita Madre, aunque para ellos estos sagrados nombres signifiquen bien poco; ellos se lo pierden.

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