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Libros

En un mundo en el que todos somos actores, la ficción tiene papel de una persona disfrazada de vikingo en el carnaval de Río

Cada vez que visito una Feria del Libro, como las que ahora se celebran por toda Andalucía, me hago la misma pregunta: ¿para qué malgastar horas y horas de tu vida en escribir un libro que apenas tendrá lectores y que difícilmente te reportará prestigio o fama, ni mucho menos dinero o poder o siquiera respetabilidad? Hace cuarenta años los libros todavía conservaban cierto prestigio, pero ahora son los youtubers de 18 años que hacen gansadas frente a una cámara los que tienes millones de seguidores fieles que les aplauden y les admiran. O las influencers que cuentan en Instagram lo que comen y lo que hacen y la ropa que visten, como si su vida fuera una representación continua que van sometiendo cada día a los súbitos cambios de guión. Las buenas novelas pretendían convertir la amorfa realidad de la vida en una ficción que la dignificara y redimiera y le diera un cierto sentido de orden y de justicia. Pero en un mundo en el que todo lo que es real se acaba convirtiendo en una ficción -la política, la economía, la vida cotidiana en Facebook y en Instagram-, cada vez tiene menos sentido aspirar a convertir en ficción lo que en sí mismo ya no es más que pura ficción. Por eso, imagino, cada vez tienen más éxito los libros que se basan en experiencias reales mientras que la ficción pura tiene muchos problemas para atraer a los lectores. En un mundo en el que todos somos actores y guionistas y figurantes, la ficción tiene el mismo papel que una persona disfrazada de vikingo en medio del carnaval de Río. ¿Quién va a fijarse en ella pudiendo fijarse en la reina del carnaval?

Pero, aun así, hay gente heroica que sigue escribiendo libros. Y gente mucho más heroica aún que los lee y los disfruta y los recomienda a sus amigos y conocidos. Y esa gente -sobre todo los libreros y los participantes en los clubs de lectura- es la que ahora merece toda nuestra admiración. Porque escribir, al fin y al cabo, es una tarea que siempre acaba halagando nuestra vanidad; pero leer es una actividad que lejos de halagarnos nos deja a solas con nosotros mismos. Por eso hay tanta gente que tiene miedo de leer: porque teme enfrentarse a lo que son y a lo que han sido. Y por eso es tan admirable y tan necesaria esa otra gente que lee y que disfruta recomendando y vendiendo libros. Hoy por hoy, esa gente es la que preserva eso que llamamos nuestra civilización.

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