TARDE de cuchillos largos cuando den las seis en todos los relojes de la tarde. Se acaba lo del partido a partido que tanto repite Diego Simeone y se encuentra el Barça con una Liga que había descartado a sus pies, con todo a favor para apropiársela. Es la grandeza del fútbol, esos vaivenes que nacen del azar y que provoca alegría o tristeza en un abrir y cerrar de ojos, y que te lleva al cielo o al infierno sin que apenas te des cuenta del tránsito.

Un curso entero, que dura lo que dura un parto, se dilucida en hora y media de fútbol y de pasión. Y ahora se viene a la memoria cómo esa mano que sacó Caballero sobre la última campana evitó que el Atleti campeonara al calor de los suyos, también cómo el Madrid fue apeándose de la carrera de la forma más estúpida, o cómo aquel gol de Lafita en el descuento de hace sólo quince días hiciese que el Barça se pusiera las chanclas y renunciase a lo que ha vuelto a ponérsele a tiro.

Estamos, por tanto, a la espera de una tarde que para nosotros sería apasionante de importarnos alguno de los dos que libran la partida. Ahora bien, el mero hecho de fútbol por el fútbol ya justifica el interés de un país por un choque así. En un tiempo donde el partido del siglo se da, más o menos, cada quince días este Barça-Atleti atesora una carga de interés enorme. La Liga en juego, casi nada, esa competición que empequeñece a casi todas las demás, a una sola carta.

Por lo pronto, como en el Tenorio, los muertos que entre todos mataron gozan de buena salud, y tanto rojiblancos como azulgranas contarán con lo mejor de cada casa. El escenario, suntuoso a más no poder, a reventar, arbitra el aparentemente permisivo Mateu Lahoz y todo se da para que a la hora de autos nos olvidemos de todo y que el subconsciente nos vaya eligiendo nuestro preferido así que discurra el pleito. ¿Favorito? Nadie depende de nadie, pero el Barça juega en casa.