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En tránsito

eduardo / jordá

Linchamientos

LAS páginas más amargas de las memorias de Ingmar Bergman cuentan su detención por dos agentes de la policía fiscal, justo en el mismo teatro donde ensayaba una obra de Strindberg. La acusación: fraude fiscal. Eso fue en 1976, en la Suecia socialdemócrata que había alcanzado los máximos niveles recaudatorios del Estado de bienestar (en algunos casos, como el de Bergman, se podía llegar a pagar el 109% de lo que se había ganado, y no hay error en lo que escribo). Cuando le dijeron que estaba detenido, lo primero que sintió Bergman fue un terrible retortijón. Antes de dejarle entrar en el baño, uno de los policías le obligó a dejar la puerta abierta. Primera lección: una humillación sangrante. Cuando llevaban a Bergman a la comisaría, otro policía se puso a contar chistes. Segunda lección: más humillación sangrante.

El caso de Bergman, acusado de haber defraudado grandes cantidades de dinero en el extranjero -cosa que no era del todo cierta-, terminó con una multa de 180.000 coronas y un largo exilio. También, paradójicamente, terminó con el Gobierno socialdemócrata. Aquel año, 1976, los socialdemócratas suecos perdieron las elecciones por primera vez en 40 años. El caso de Bergman hizo reflexionar a la población sobre los límites confiscatorios a los que se estaba llegando. La escritora Astrid Lindgren, la autora de Pippi Calzaslargas, también se quejaba de que tenía que pagar impuestos superiores al 102% de sus ingresos. Y eso que tanto Bergman como Lindgren se consideraban socialdemócratas y creían en el Estado de bienestar.

En España no tenemos ni de lejos la misma política fiscal, pero también estamos viviendo una especie de caza de brujas contra todos los acusados -justa o injustamente- de haber cometido un fraude. Y sí, ya sabemos que nadie puede dejar de pagar impuestos, pero se está instalando entre nosotros la idea de que la simple sospecha, sin prueba alguna que la fundamente, sirve ya como motivo de caída en desgracia para cualquier político. Y quienes persiguen con saña a los sospechosos de delito fiscal deberían darse cuenta de que esta misma histeria se volverá contra ellos si algún día están en el poder. Ya saben: el váter con la puerta abierta y el policía que cuenta chistes. Es decir, la vieja historia inquisitorial de una humillación detrás de otra. Y siempre sin pruebas.

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