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Eduardo Jordá

Llamamiento a filas

QUÉ cosas interesantes le pueden ocurrir a un anciano de 84 años que vive con su mujer de 86, sin ver a casi nadie más? Ese anciano está casi ciego de un ojo y camina con ayuda de un bastón. Vive desde hace cuarenta años en California, muy lejos de su patria, y escribe libros que sólo se publican en pequeñas editoriales de exiliados. En su país natal, Hungría, casi nadie se acuerda de él. De vez en cuando recibe llamadas telefónicas, algún telegrama, una visita inesperada de un periodista. A veces escucha la radio. Por las mañanas procura leer los periódicos. Eso es todo.

En principio, parece imposible que le ocurra nada interesante a ese anciano. Y sin embargo, en la mente de ese anciano están ocurriendo cosas sin cesar, miles de cosas. Para comprobarlo, basta abrir cualquier página de los Diarios. 1984-1989 de Sándor Márai (publicados por Salamandra). Pero también en la vida solitaria de Márai ocurren cosas. Un día su esposa se cae. Márai la cuida día y noche, la lava, le da de comer. La mujer empeora y tiene que ingresarla en un hospital. Las cosas no mejoran. Su mujer se va hundiendo en las tinieblas. No ve, casi no oye, no come, no puede moverse. Un día murmura "Melón". Otro día acaricia a su marido con la mano y susurra: "¡Qué fría tienes la cara!". Y otro día consigue exclamar: "Qué lento muero". Márai ha vivido 62 años con aquella mujer. Sin ella, se siente un astronauta que flota en medio de la nada. Cuando ella muere, el 4 de enero de 1986, Márai dispersa sus cenizas en la bahía. Poco después se va a una armería y se compra una pistola. Al volver a su casa, Márai guarda la pistola en la mesita de noche.

Durante un tiempo, Márai resiste como puede. Pasea un poco, sigue leyendo. A veces sueña que su mujer le habla, o incluso no lo sueña, sino que cree estar hablando de verdad con ella. En esas conversaciones hablan del amor, de la vida, de Dios. Él las llama "el teléfono rojo". Pero la vida sigue su curso. El hijo adoptivo de los Márai muere de un infarto. Desde Hungría van llegando las noticias de la muerte de sus tres hermanos: el abogado, el cineasta, el que leía todos sus libros. Márai, tambaleante, decide acudir a hacer prácticas de tiro.

En 1988 ocurre lo más inesperado: los dirigentes comunistas le piden que vuelva a casa y le ofrecen editarle su obra completa y convertirlo en un héroe nacional. Márai rechaza la oferta. También los periodistas americanos empiezan a interesarse por ese extraño exiliado centroeuropeo que vive en San Diego. Pero Márai ya no está para nada. El 15 de enero de 1989 escribe la última entrada de su diario: "Estoy esperando el llamamiento a filas; no me doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora". No hay más anotaciones.

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