La tribuna

óscar Eimil

Lobos con piel de cordero

CUENTA el Libro del Génesis que hubo una vez en Egipto un Faraón que tuvo un sueño. En él, a la orilla de un río, siete vacas gordas eran devoradas por siete vacas flacas. Cuenta también que el sueño fue interpretado por un esclavo hebreo, José, quien advirtió al faraón que, si quería evitar una catástrofe para su pueblo, tendría que ahorrar en los 7 años siguientes de abundancia a fin de poder sobrevivir en los 7 años de escasez que vendrían luego.

Sirve esta historia que ni pintada para poner de manifiesto que en España, desgraciadamente, no tuvimos un casto José en la época de las vacas gordas y que, precisamente por eso, nos enfrentamos, después de los siete años de vacas flacas, a una amenaza incluso peor que la que se cernía sobre la cabeza del faraón: la de una nueva formación política neocomunista que, disfrazada con piel de cordero, y mecida en la cuna del ánimo de lucro desmedido de algunos medios, amenaza, desde la soberbia y la prepotencia, con derribar desde dentro nuestro sistema democrático para convertirlo -eso sí, con mucho disimulo- en una dictadura del proletariado; o lo que es lo mismo, en un régimen político en el que yo, el caudillo, ordeno y mando y en el que nosotros, la nomenklatura, disfrutamos de la buena vida y permitimos que los demás, siempre y cuando rindan culto a la personalidad del líder supremo, sobrevivan, mal que bien, en la penuria.

Ya sé que algunos dirán que estos chicos inofensivos -buenos chicos-, profesores que crecieron a los pechos de un sistema universitario endogámico y corrupto, tienen un apoyo popular insuficiente para hacerse con las riendas del poder. Los ingenuos que así piensan deberían preguntarse qué hubieran dicho si hace 7 años alguien les hubiera contado que en 2015 habría una organización política antisistema disputando la victoria en unas elecciones generales que -créanme- bien podrían ser las últimas democráticas si al final, ¡no lo quiera Dios! las ganan.

Para ellos, para los escépticos, conviene recordar ahora que el 6 de noviembre de 1932 el NSDAP -el partido nazi- consiguió en las últimas elecciones democráticas que se celebraron en Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial el 33,1% de los votos, sufragios que fueron suficientes para hacerse con el poder, eliminar a continuación el régimen democrático y provocar finalmente la destrucción de su país y del de sus vecinos. Conviene también recordar que el 20 de agosto de 1917, en las elecciones a la Duma de Petrogrado, el partido bolchevique consiguió un 33% de los votos, lo que fue también suficiente en este caso para hacerse con el poder en octubre e implantar en Rusia una dictadura comunista que cubriría con un telón de oprobio y un rastro interminable de cadáveres a media humanidad durante casi un siglo.

En ambos casos, la Historia nos enseña que el triunfo del totalitarismo se fundamenta, más que en ninguna otra cosa, en el hartazgo y la abstención de una buena parte de la población, cuya apatía irresponsable permitió el acceso al poder de los que, al final, no hicieron otra cosa que llevar a sus países por el camino de su propia perdición.

Tenemos hoy en España, a lo que parece, más de un 20% de la población que daría su apoyo electoral a una organización política que ha hecho del rencor y del deseo de venganza de los más desfavorecidos su seña de identidad; una organización de círculos -sóviets- que odia a nuestra nación y a los símbolos que la representan; que, aunque no lo diga, quiere derribar la Monarquía, abolir la Constitución, destruir la unidad de España, eliminar el derecho de propiedad, la libertad de expresión, la libertad de pensamiento, la de conciencia y la de religión. Una organización que cree que la revolución es un medio válido para alcanzar el poder, que justifica la violencia en todas sus formas, y que para cumplir sus objetivos considera legítimo utilizar la enemistad social, las sospechas maliciosas, las mentiras desvergonzadas, las ambiciones morbosas y la falta de respeto al individuo y a su libertad personal.

Tenemos también, según dicen, y esto es lo verdaderamente preocupante, otro 20% de la población que está dispuesta a dejarles hacer; millones de personas cabreadas que estando instaladas en el ¡qué se jodan! parecen no caer en la cuenta de que, por querer fastidiar a los políticos con su desdén, se están pegando un soberano tiro en el pie.

Pues bien, ante este escenario político que se vislumbra, creo que es obligación de todos recordar que nunca nada bueno ha salido del odio, del rencor, de la codicia, de la venganza y de la envidia; que el caudillismo, el populismo y el totalitarismo sólo generan pobreza, violencia y sufrimiento, y que con nuestro régimen democrático, ese que con tanto esfuerzo hemos construido generaciones y generaciones de españoles, no se juega.

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