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Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Los/as Goya

El único que sabía llevar el 'smoking' con naturalidad era Berlanga, pero ya hace tiempo que se fue en busca de huríes

Un año más no vi la gala de los Goya. Me suele aburrir tanto como cuando era niño lo hacía el Un, dos, tres. No me atrae la euforia corporativista ni el glamour de medio pelo. El único que sabía llevar el smoking con naturalidad era Luis García Berlanga, pero ya hace tiempo que el gran erotómano se fue en busca de su ración de huríes. Ahora le ha tomado el relevo el ministro Íñigo Méndez de Vigo, a la altura del mejor estilo tory. Pero el IX Barón de Claret no cuenta, porque su vinculación con el cine es circunstancial y seguro que, en la intimidad, sólo ve películas de amor y lujo de David Niven. Desde que, en 2003, Willy Toledo diera el numerito del No a la guerra (ocultó el Sí a la ETA) nuestro cine se ve en la obligación de darnos la tabarra con alguna consigna progre de moda, y la derecha, cuya política cultural suele ser inane -cuando no risible o inexistente-, nunca ha perdonado la afrenta. Y así andan los dos, el PP y el gremio de los cómicos, como el perro y el gato, ejecutando una danza infinita tan cansina como, a veces, divertida.

Por la prensa nos enteramos de que, este año, la noble causa ha sido la igualdad de género. Los hombres a los que Dios ha bendecido con una descendencia exclusivamente femenina lo agradecemos enormemente. El mundo es de ellas, no nos cabe la menor duda. Lo único que nos llama la atención -pero tampoco demasiado- es el seguidismo de la gran familia del cine español con respecto a sus parientes ricos norteamericanos. Sus causas siempre son mediáticas y guays. No hay sorpresa ni provocación. Una vez muerta Lola Flores, el artisteo español se ha convertido en algo sumamente aburrido. En España es inimaginable una Catherine Deneuve. Eso nos perdemos.

En los/as Goya más femeninos que se recuerdan, Isabel Coixet (mujer de probada valentía) fue la gran triunfadora con su película La librería. La película nos pareció floja, una historia maniquea y tonta de aristócratas malvados y autónomos idealistas y abnegados. Su ambientación parece sacada de una revista de decoración vintage. Todo demasiado años cincuenta, como si la cultura material de una determinada década fuese siempre pura, sin disonancias ni intromisiones del pasado. Un auténtico parque temático del medio siglo. Al menos, no le dieron el Goya a la mejor película a la catalana Verano 1993 que, según cuentan los que la han visto y saben de este negocio, desprende un tufillo de soberanismo soft. La España actual no tiene el ánimo para esas cosas.

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