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la ciudad y los días

Carlos Colón

La Macarena que viene

Aveces, cuando la noche más le pesa, se va a la Resolana para sentir el vacío de la bulla que no está, pero estuvo y estará; para soñar con el sol de la medianoche que allí tiene su oriente, ahora reservado tras el verde telón que protege su camarín, sobre el que se han pintado las letanías para que ni cuando esté sola le falten alabanzas; para ver la cancela y la puerta que de seguro se abrirán cuando llegue la mañana; para oír ecos de Escámez, Gámez Laserna, Morales y Braña resonando bajo el Arco vacío. Y para ver sobre él, alumbrado por la luz verde de dos faroles, un azulejo junto al que crecen las modestas ofrendas de unos jaramagos cuyas semillas llevaron hasta allí, como si fueran esos besos lanzados a la Virgen que imaginó Romero Murube, todos los aires del barrio.

Ese vacío que será colmado, ese sol oculto que saldrá, ese verde telón que se alzará, esas puertas que se abrirán, ese silencio que se llenará de voces y músicas, son la Macarena que viene. Esperanza se conjuga en futuro. Si no está no es que se haya ido, sino que está viniendo. Siempre va por delante, nos precede, nos aguarda allá adonde vayamos; aunque sea allí donde parece que nada ni nadie puede aguardarnos. "Nacemos solos y morimos solos", dicen algunos. Será que no tuvieron madre que los pariera ni Macarena que los aguardara.

Por eso para verla nunca hay que mirar hacia atrás, sino siempre hacia delante. Por eso a la Esperanza no se la recuerda, se la anticipa. Por eso basta esperarla para tenerla y pensarla para verla. Su estar y su dar no tienen necesidad de presencia. Nos hace sentirnos solos en medio de la bulla cuando la vemos cara a cara y sus ojos desmesurados nos atraviesan. Nos hace sentirnos acompañados, aunque estemos solos, cuando la pensamos.

Hoy empieza el íntimo besamanos esperado de la Macarena. Cuando ayer por la noche la subieron a su camarín no terminó su besamanos, empezó a venir el del año que viene. Sucede con esto como cuando su palio entra para que todo esté cumplido al llegar la hora nona, las tres de la tarde del Viernes Santo, el instante más triste y vacío del año, la hora en la que se cumplió la sentencia de muerte, la única en la que no hay cofradías en la calle en las treinta y seis horas que van desde que salen los Negritos hasta que entra el Cachorro, como si en ese instante trágico la ciudad contuviera el aliento. Pero así que pasa ese momento de hondo desánimo, vuelve a salir la Macarena a la Resolana de la impaciencia, convirtiendo doce horas de gloria vivida en doce meses de gloria esperada.

La Macarena siempre está llegando. Por eso se llama Esperanza.

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