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COMO toda dictadura, amenazas, chantaje y apelación al miedo. Amenazas internas y distracción hacia al exterior. Como cualquier autoritarismo utilización abusiva y arbitraria del poder. Como todo final, llamadas a la rebelión y a enemigos exteriores a los que culpar. Aplastamiento de toda oposición. De cualquier voz crítica, sea venezolana o extranjera. Juego y estiramiento de las reglas políticas y manipulación legal al capricho de un sistema viciado, polarizado y partidista. Las instituciones al servicio de la demagogia. Restricción de todo derecho. Conculcación y negación. Asfixia a la libertad, a los derechos individuales. Maduro, el epígono de una deriva populista, aguanta, sabe que el castillo de arena se desmorona. Todo era falso. Una falsedad que hunde a un país, con mentiras y engaños, con un estatismo destructivo y un falso colectivismo que ha vaciado arcas y conciencias. Una gran mentira hipertrofiada. Una impostura que hizo del adoctrinamiento y la compra de conciencias humildes su fortaleza. Hundida la economía, el montaje se desmorona. Apela al exterior, moviliza el ejército, priva de toda visibilidad a una oposición y una contestación creciente. La demagogia, la vaciedad intelectual de esa suerte destructiva en que se ha convertido la filosofía chavista está conduciendo al país al vértice mismo de la confrontación social y política. El miedo, el guerracivilismo son representados a la perfección. El populismo enfangado de mentiras y patrañas, acusaciones y amenazas de Maduro y su gobierno ha arrojado al país a la quiebra absoluta y a la convulsión total. Desastre tras desastre, trata da aferrarse a un poder erosionado y cada vez menos legítimo.

En Venezuela no hay en estos momentos ni democracia ni derechos. Sin libertad, sin justicia, el estado es una máquina de opresión partidista y arbitraria. La violencia y el caldo de cultivo donde ésta crece, es el sino más amargo de la convulsión de un país. El desastre en la gestión económica es el reflejo último de una forma de gobernar clientelar, mezquina, donde la irresponsabilidad y la arrogancia, la manipulación y la amenaza, han acabado por conducir al país al desastre económico y social. Venezuela se ha instalado en la ilegitimidad. El abuso de poder, la manipulación institucional, la erosión de la vida partidista y política, negando y reprimiendo toda protesta, toda disidencia sólo lleva a Venezuela al abismo. La fractura, la polarización exacerbada. Debilitada la democracia, cuando no negada, pisoteados los derechos, anulada la persona, el Gobierno de Maduro ha decidido deslizarse por una pendiente sin salida. El régimen camina hacia su propio abismo, el régimen chavista. Maduro no es Chávez. Su concepción del poder es primaria. Puro instinto, pero sin inteligencia. Mientras militares, inteligencia y quintas columnas le apoyen, aguantará. El miedo y la amenaza surten efecto un tiempo, hasta que se pierde miedo al propio miedo. La violencia que administra el régimen acaba por volverse contra sí mismo. Los fuegos de distracción con llamadas a rebeliones y manifestaciones de apoyo es la vieja argucia de cualquier dictadura debilitada. Cada día que pasa la situación empeora. Y empeora para los propios venezolanos. Propios y oposición. Detractores y seguidores. La tragedia sería un mero esperpento si no fuera por la crudeza trágica de la misma. La farsa del bolivarismo toca a su fin, la devastada ideología del socialismo del siglo XXI sólo era eso, una burda farsa sin escrúpulos, trufada de un arrollador populismo que triunfó entre los más desheredados, los que menos tenían. Se jugó también con ellos, sin que éstos fueran conscientes o siéndolo, se negasen. Soplaban vientos de abundancia, mientras se saqueaban recursos y presupuestos de un país entero. Al tiempo que unos pocos se enriquecían en la ciénaga de la corrupción.

La debilidad argumentativa y discursiva de Maduro, las acusaciones hacia la Asamblea son de tal vacuidad que sorprende. El adoctrinamiento y el clientelismo de la última década y media son un buen recetario amnésico y permisivo de quienes más tienen que perder cuando se desmorone el edificio chavista. No hay amenazas internacionales, ni coacciones de medios españoles, ni de la OEA, es la realidad de una situación que adquiere tintes dramáticos la que preocupa. Más allá del apartamiento de la OEA preocupa la situación interna y humanitaria de los propios venezolanos. Lo único que no ocupa ni preocupa a Maduro y su gobierno títere de sí mismo. La farsa continúa, mas no se sabe hasta cuándo ni hasta qué límite en estos momentos. No importa con ello destruir cada institución, silenciar la Asamblea, vaciar sus competencias y azuzar vientos de movilización y cuartelazos.

Nadie sabe si serán las urnas o la calle las que terminarán por revocar el esperpéntico Gobierno de Maduro. El cansancio termina haciendo mella. Como también el caos en que se ha instalado país. No se gobierna ni gestiona, se manipula, se huye ganando tiempo y saqueando los recursos. Se aguanta hasta que implosione la situación. Así de simple. Mientras candado y mordaza a la libertad y a la sociedad que disiente. La calle es un polvorín. Todo puede pasar.

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