Desde el fénix

José Ramón Del Río

Malas noticias

CUANDO conecté la televisión la noche del pasado domingo, para conocer el resultado de las elecciones europeas, no tuve que esperar a oír a la vicepresidenta del Gobierno o al ministro de Interior. Me bastó verles para saber que el partido del Gobierno no era el ganador. Aparecían tan tristes y avejentados que me hicieron recordar la comparecencia de Arias Navarro que, enlutado, con lágrimas incontenidas y haciendo un puchero anunciaba: ¡Españoles, Franco ha muerto!

Ni la vice ni el ministro tienen una imagen televisiva a la altura de los habituales presentadores/as de TV, que suelen ser jóvenes y bien parecidos. Pero Doña María Teresa pone el máximo esmero en cuidar su aspecto personal, siempre a la última moda de la alta peluquería y que cuenta con un inacabable vestuario, que hasta mereció los elogios del secretario de Estado del Vaticano, cuando la vio vestida en la cena del palacio de Viana con un traje de color rojo, entre fucsia y cardenal. Por ello, aunque ni joven ni bella, aparece resultona. En lo que respecta al ministro Rubalcaba, su calvicie prematura, su barba empatillada, al estilo de los bandoleros andaluces de la cuadrilla de Curro Jiménez, y la inclinación de su espalda se olvidan cuando comienza a hablar, porque por su agradable entonación y la lógica de su discurso se le escucha con el mayor agrado. Pues bien, la otra noche no lucían como en ellos es habitual y por sus aspectos parecía que había ocurrido una catástrofe tan enorme, como la que a Arias Navarro le parecía la muerte del dictador. Una vez que dieron los resultados electorales, pude comprobar que, en efecto, el partido del Gobierno no había ganado las elecciones europeas en España, sino que el ganador era el partido de la oposición. Pero los datos de la pérdida (una diferencia de dos diputados; de 3,7% de porcentaje y unos 600.000 mil votos) no eran tan malos como presagiaba aquel largo y cariacontecido silencio que precedió a la intervención televisiva. Quizás fuese porque en relación con la última convocatoria, habían perdido 4 diputados, porque aunque el número no sea grande, se suma a los más de 4 millones de parados que hay que colocar.

Pero la verdadera razón de su tristeza no la comprendí hasta que el día siguiente supe, por los periódicos, que la derrota de los socialistas en España, no era sino la misma derrota que los socialistas y socialdemócratas habían sufrido en, prácticamente, todos los países de Europa. Y esto sí que duele, y mucho, porque significa que una gran mayoría de europeos no se han creído que de la crisis que padecemos tengan la culpa las ideas liberal-capitalistas que los socialistas atribuyen a los partidos de centro-derecha.

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