Mambo

La favorecedora escenografía, muy apreciada por los turistas, oculta tras la fotogenia un reverso siniestro

En la era del sucedáneo, como la llamara William Morris, que vivió y escribió antes de las convulsiones del siglo pasado pero supo identificar algunos de sus espejismos y engañifas con admirable clarividencia, los objetos genuinos han sido sustituidos por innobles mercancías. El gran esteta antimoderno, socialista a su manera, se refería a las artes y los oficios en relación con los procesos industriales, pero la degeneración de la que hablaba puede extenderse al movedizo terreno de las ideologías, donde se ha vuelto habitual dar gato por liebre. En nuestro tiempo, que es el de la posverdad, por usar la absurda palabreja de moda, la propaganda, más barata y con mayor alcance que nunca, fabrica y transmite falacias a velocidad de vértigo.

El espectáculo televisado de la revuelta nacionalista, que es sobre todo eso, un espectáculo, procura reproducir la parafernalia vinculada a los movimientos de liberación, pero está claro que se trata de una actuación concebida e impulsada desde arriba -o sea, desde el poder- donde hasta los obispos aportan su granito de arena. Esto no quiere decir que no sea masiva, que evidentemente lo es, pero los que tanto hablan de la gente tendrían que explicarnos por qué unos diputados sí representan al pueblo y otros, a los que han apoyado cientos de miles de catalanes, son la escoria de la tierra. Flores, cánticos, banderas y señores o señoras echados a las arengas callejeras -el aspirante sentimental o la inefable presidenta de la cámara, que podría liderar una variante regional del Santo Oficio- forman parte de una favorecedora escenografía, muy apreciada por los turistas, que oculta tras la fotogenia un reverso siniestro.

Muchos analistas afirman que los partidos independentistas mayoritarios se han convertido en rehenes de la izquierda antisistema, pero más bien parece que es esta última, plenamente instalada, la que actúa como fuerza de choque de unos intereses que tienen poco que ver con su presunto ideario. A lo mejor guarda sus propuestas para después del mambo, pero de momento su añejo anticapitalismo no ha pasado de los carteles. Los señoritos revolucionarios vivaquean al ritmo que marcan los cabecillas del Gobierno insurrecto, cumplen de este modo con el clásico papel de tontos útiles y culminarían su contribución a la causa si les regalaran a los patrones, cuyo victimismo necesita víctimas, un puñado de mártires, pues los burgueses aterrados ante la posibilidad de pagar una multa no transmiten una imagen demasiado épica. Lo verdaderamente grave es la abundancia de esta clase de tontos en la izquierda no catalana.

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