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La tribuna

Jaime Martinez Montero

Manifiesto y aprendizaje de la lengua

SEGÚN tienen establecido los psicólogos del desarrollo, el ser humano tiene tres tipos de capacidades: las desarrolladas, las extendidas y las transformadas. En el caso del lenguaje, una capacidad desarrollada sería la correspondiente a la lengua materna oral, y hace referencia a su posibilidad de entender y de hablar. Es desarrollada en cuanto se trata de algo innato que, puesto en el ambiente adecuado, despliega sus potencialidades sin mayor problema. Es evidente que según la riqueza de estímulos que perciba alcanzará un grado mayor de desarrollo, de plenitud.

La capacidad lingüística extendida es la lectura y la escritura. Es decir, la capacidad desarrollada vertida en otro código distinto, encarnada en otra sustancia diferente. Pero, ¡ojo!, es una capacidad que se tiene que aprender, y que no se aprende si no se enseña. Y que se aprende bien en la medida en que el sujeto es capaz de referirla con exactitud a su lenguaje oral. Dicho de otra manera, escribir y leer es trasladar a otro código lo mismo que se hace cuando se comprende lo que se escucha, y se hace uno entender por los demás cuando habla.

Por último, la transformada se puede ejemplificar con el aprendizaje de un idioma distinto. Aquí se trata de algo más de lo que hasta ahora se ha contado. Hay que reformatear todo lo que se conoce del lenguaje, aprender códigos nuevos, y no sólo en lo referido a nuevas palabras, sino a distintos modelos sintácticos y una nueva forma de estructurar y catalogar la experiencia.

Lo he dicho muchas veces y lo vuelvo a repetir: en el caso de Cataluña es imprescindible que todos los niños sepan catalán. Si no fuera así, se crearían dos comunidades excluyentes que podrían convertirse en antagónicas (la formada por la que sólo saben castellano, y la constituida por los que saben catalán y castellano). No hay que ser un lince para saber qué miembros de estas dos comunidades tendrían más oportunidades de todo tipo. Por otro lado, no sé por qué extraña razón no se debe aprender el catalán cuando se vive en Cataluña. Es muy fácil, se entiende mejor el propio idioma y se ensancha enormemente el tesoro cultural al que se tiene acceso. Además, una mejor convivencia entre los habitantes de un territorio se favorece cuanto mejor se comuniquen sus integrantes y más comunes sean los registros que empleen.

El problema no es ése. El problema es el de iniciar a los niños en las destrezas extendidas a partir de una destreza que no poseen. Dicho de forma más directa: enseñar a leer y a escribir en catalán al castellanohablante. Si se obra así saltamos de las capacidades desarrolladas a las capacidades transformadas sin la parada intermedia en las extendidas. Las consecuencias sólo las pagan los sujetos a los que se les somete a este extraño itinerario de aprendizaje, y ellos exclusivamente son los que se van a sentir perjudicados en su desarrollo y su futuro. Y no sólo porque no dominen bien su lengua materna: es que tampoco van a aprender bien el catalán, porque toda la escalera del aprendizaje del idioma va a carecer de uno de sus rellanos básicos. Por tanto, pedir que a los castellanohablantes les enseñen a leer y a escribir en su lengua es abogar también porque aprendan mejor la otra lengua de la comunidad, la consideren también suya y sean capaces de engrandecerla.

En un periódico nacional, una ilustre firmante sostenía que no solamente tienen derecho las personas, sino que también los tienen las lenguas. Creo que lo que quiere decir es que los derechos pertenecen también a los que hablan o estudian lenguas minoritarias, y que tienen el derecho a no verse avasallados. Estupendo. Pero no se puede entender que la defensa de unos derechos se interprete como una licencia para castigar a los niños castellanohablantes a que aprendan mal destrezas básicas, como si ellos tuvieran la culpa de las atrocidades, tonterías o perjuicios que por el uso de las lenguas hayan cometido los adultos.

Pensemos finalmente en las palabras del poeta venezolano Rafael Cadenas: "El desconocimiento de su lengua limita [al que lo tiene] como ser humano en todo sentido. Lo traba, lo impide pensar, dado que sin lenguaje esta función se torna imposible; lo priva de la herencia cultural de la humanidad y especialmente la que pertenece a su ámbito lingüístico; lo convierte en presa de embaucadores, pues la ignorancia lo torna inerme ante ellos y no le deja detectar la mentira en el lenguaje". Queremos pensar que no es esto lo que quieren conseguir las autoridades catalanas, pero de vez en cuando nos podrían mostrar alguna prueba en contrario.

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