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La tribuna

Pablo J. Vayón

Maniobras orquestales

UNO de los proyectos fundacionales a la postre nunca acometidos por la Orquesta Sinfónica de Sevilla fue la creación de una escuela que pudiera servir a la vez como cantera y trampolín para los jóvenes músicos salidos de los conservatorios andaluces. La idea no era ni mucho menos original, pues muchas de las grandes orquestas del mundo disponen de instituciones similares. De un modo o de otro, un sistema de formación musical tiene que contar con un centro de alta capacitación o, al menos, con alternativas para que los alumnos puedan entrar en contacto con la realidad profesional antes de su graduación. Y cuando algo así no existe, los jóvenes lo buscan allá donde lo haya.

A principios de la década de 1990, vivificadas las finanzas por años ininterrumpidos de desarrollo económico y por la llegada de jugosos fondos comunitarios, la actividad cultural en Andalucía parecía encaminarse a una edad dorada. Acaso confiado en que el crecimiento no se detendría ya nunca, el Gobierno andaluz decidió patrocinar y sostener institucionalmente cuatro grandes conjuntos orquestales, que habrían de transformar la gris vida musical de la comunidad. Se olvidó, sin embargo, de cimentarla. Los conservatorios siguieron languideciendo como de costumbre y sus mejores alumnos, buscando en el exterior lo que su tierra no podía ofrecerles.

Tras un acertado diagnóstico sobre las carencias del sistema, la Consejería de Cultura puso en marcha en 1994 el Programa Andaluz de Jóvenes Instrumentistas-Orquesta Joven de Andalucía con la finalidad explícita de "acortar la distancia existente entre el fin de la etapa de formación de los jóvenes músicos y su posterior incorporación a la vida profesional activa". Con los naturales altibajos, el proyecto ha venido cumpliendo a satisfacción sus objetivos básicos a un coste más que razonable. Las estadísticas así lo reflejan: más del 60% de los alumnos que han pasado por la OJA trabajan como profesores en conservatorios de la comunidad; el 25% ha encontrado acomodo en orquestas profesionales, no sólo españolas. A la vista de estos datos, puede afirmarse que el destinado a la OJA ha sido un dinero estupendamente gastado.

Por ello, el mundillo musical andaluz se vio sorprendido cuando en el año 2003 la Junta de Andalucía decidió acoger cada verano y de forma indefinida a otra orquesta de jóvenes, que hasta ese momento había tenido un carácter itinerante, la West-Eastern Divan (en adelante, WEDO), que había sido creada en 1999 por iniciativa de Daniel Barenboim y Edward Said como forma de crear espacios de convivencia entre chicos israelíes y árabes. No contentos con eso, los dirigentes andaluces decidieron al año siguiente fundar y sostener con cargo al presupuesto público una Fundación vinculada a la WEDO (Fundación Barenboim-Said, en adelante FBS), una de cuyas primeras acciones fue la creación de una Academia de Estudios Orquestales en Sevilla con un profesorado que provenía (y sigue proviniendo) casi exclusivamente de los atriles de la Staatskapelle de Berlín, la orquesta residente de la Staatsoper unter den Linden, el teatro de ópera que Barenboim dirige en la capital alemana.

La Academia de Estudios Orquestales nacía así como un centro de alto rendimiento, seguramente necesario, pero con un profesorado distante 3.500 kilómetros de su sede natural, que visita entre tres y siete fines de semana al año, y ¡sin orquesta! El solapamiento con las actividades del Programa Andaluz parecía evidente. Los fines de ambas instituciones eran en buena medida coincidentes, pero a diferencia del proyecto de la FBS, la OJA sí era ya una orquesta, que, acogiéndose a modelos acreditados en todo el mundo, trabajaba con un profesorado variable en función de los objetivos de cada encuentro y con un coste por alumno muy inferior al de la Academia. Además, sus resultados prácticos eran ya reales, contrastables. A cambio, la FBS y la WEDO ofrecían a los políticos andaluces algo que quedaba fuera del alcance de su homóloga local: glamour y prestigio internacionales. No en vano en las giras de la WEDO, que apoyan multinacionales del disco, son frecuentes las altas personalidades de la política. Barenboim y Said recibieron en 2002 el Príncipe de Asturias de la Concordia y, muerto el intelectual palestino, el director argentino suena insistentemente como candidato al Nobel de la Paz. Todo ello irresistible para una clase política más preocupada por la imagen que por la eficacia.

La disyuntiva quedaba así crudamente planteada, en especial con la llegada de la crisis: podía optarse por un modelo doméstico, pero que garantizaba resultados a un coste asumible, o por otro, brillante, costoso y no necesariamente más eficaz, pero que ofrecía incuestionables réditos políticos en materia de imagen. La elección de los responsables políticos andaluces se ha venido clarificando en los últimos años, a medida que el espacio de la OJA (actividades, presupuestos, incluso sedes) se reducía. En 2011 el agravio comparativo alcanza cifras llamativas: la OJA (más el Coro Joven y el Coro Infantil de Andalucía, impulsados por el ahora destituido director Michael Thomas) contará con 250.000 euros de presupuesto; la FBS, con 2 millones. El círculo parece cerrarse: la Academia de Barenboim y sus profesores berlineses ya han encontrado su orquesta en Andalucía.

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