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Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Marruecos a la vista

EN Marruecos no habrá contagio de la ola que barre el mundo árabe, dice la titular de Exteriores, y lo justifica con la "apertura democrática" que este país inició hace años. Si los marroquíes salen a la calle, habrá que pensar que la ministra daba oxígeno a Rabat, con algo más de sutileza -no es lo mismo Marruecos que Túnez- que el boca a boca de Sarkozy a Ben Ali. En una entrevista publicada en El País, Mulay Hicham, primo hermano de Mohamed VI, va dos pasos por delante: "Casi todos los sistemas autoritarios resultarán afectados por la oleada de protestas". Y añade el príncipe rojo: "Marruecos no será probablemente una excepción".

Hemos visto a Obama muy preocupado con Egipto y su aliado Mubarak, aunque en su discurso público prevalece el respaldo al anhelo democrático. Sarkozy ha reconocido su error con Túnez. Cabe esperar que la narrativa política del Gobierno español se acerque a lo que la opinión pública piensa sobre Marruecos. Mantener los paños calientes podría proporcionar ventaja a la deriva integrista. Las poblaciones que piden en la calle el fin de regímenes corruptos no están pensando seguramente en la democracia que desearíamos, pero eso no es óbice para manifestar con claridad las preferencias.

Las relaciones con Marruecos darán un giro extraordinario el día que el país vecino sea una democracia. Hoy, una noticia adversa en la prensa española se convierte en el detonante de una especie de agresión alevosa contra el pueblo marroquí. Se emplea al pueblo como escudo del régimen. Si no hay munición suficiente, se recuerda el uso criminal de gas mostaza en el Rif -¡hace 90 años!- por la Dictadura de Primo de Rivera, que se añade a la cesta de la actualidad. Las relaciones con Marruecos están sujetas a circunstancias caprichosas. Con frecuencia, se tensa la cuerda de la opinión pública, liberando carnaza a modo de bálsamo paliativo de los problemas internos. Bastante más seria es la cuestión de Ceuta y Melilla.

Los políticos españoles saben que las aguas siempre vuelven a su cauce y conocen bien los roces de vecindad. Pero ya no basta con evitar el choque frontal para, acto seguido, volver al abrazo de la desconfianza. El momento es otro. ¿Cómo entender el envío de tropas con el quimérico empeño de democratizar un país lejano y no tener una propuesta amistosa, refinada y civilizada con el cercano?

Por primera vez desde la etapa colonial, dice Mulay Hicham, el mundo árabe exige la democracia al margen de Occidente, por lo que Europa debería dejar de alimentar "dictaduras no viables y apoyar a los movimientos que aspiran a un cambio".

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