LOS coordinadores del Plan Estratégico de la Cultura en Andalucía y del Proyecto Lunar para convertir en empresa cultural las buenas ideas y mejores intenciones de los jóvenes creadores, podían aprovechar la presencia del Circo del Sol en Sevilla, e invitar a uno de sus ejecutivos con despacho en Montreal para que les hablara mediante videoconferencia, con el fin de montar un seminario intensivo sobre cómo ofrecerle al amado público un espectáculo de la máxima calidad que a la vez sea un negocio redondo.

Semejante sugerencia cabe extenderla al alcalde de Sevilla y a su delegada de Cultura para la próxima vez que convoquen en conciliábulo a representantes de los sectores culturales de la ciudad. A unos y otros les hace falta un máster en industria cultural impartido por todo el staff del Circo del Sol (dirección artística, diseño de producción, márketing, responsabilidad social corporativa, etc.) para hallar la piedra filosofal de la pregunta del millón: Oiga, ¿y esto cómo se hace sin subvenciones?. ¿De verdad que esto comenzó como una compañía de teatro de calle?

Acostumbrados nuestros culturetas a vivir tan en precario como los bohemios de Valle Inclán y los colmeneros de Cela, siempre a la espera de una dádiva gubernamental y quejosos por la indiferencia social hacia sus creaciones, el trillado discurso de la incomprensión tiene uno de sus pilares en la disyuntiva entre la cultura facilona producida para las masas y la buena que sólo pueden paladear los iniciados. El Circo del Sol rompe esos esquemas porque une calidad y cantidad, gusta a niños y mayores, a progres y a clasicones. Con un apabullante despliegue de imaginación sustentada por una suma de especialistas formados en la cantera o fichados a golpe de talonario. Es lo que cabría exigirle a Hollywood, que todas sus películas fueran una obra de arte y buen entretenimiento.

El día en que seamos capaces de sumar los talentos culturales de Sevilla y convertirlos en empresas bien gestionadas, habremos superado el más difícil todavía.