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La tribuna

Rafael Caparrós

Miserias de la corrección política

UNA de las más penosas consecuencias de la tiranía de lo políticamente correcto es el maltrato sistemático que sus específicos usos lingüísticos implican para esa patria común de todos los españoles que es el idioma castellano. Con excesiva frecuencia, en efecto, tal moda conlleva la utilización de términos o expresiones provenientes de otros idiomas pero inexistentes en nuestra lengua, a los que se atribuye el tácito prestigio asociado a lo novedoso o a lo foráneo, y que pese a contar con sobrados sinónimos castellanos, acaban colándose de rondón en nuestra práctica lingüística, con el riesgo de llegar a desplazar por la violencia de su tan repetido como ignaro uso, a esos otros sinónimos admitidos y consolidados por el paso del tiempo y el reconocimiento académico. Ése es precisamente el caso de términos tales como confrontación, en vez del mucho más correcto "enfrentamiento"; del inexistente priorizar, en lugar de "anteponer"; de implementación, en vez de "desarrollo"; de humanitario, por "humano"; de cómputo, en vez de "recuento", de visualizar por "ver", de credibilidad por "crédito", y así sucesivamente en un casi interminable etcétera.

Pero hay, además, determinados giros lingüísticos que inopinadamente se activan entre nosotros, como si entraran en una especie de época de celo… Un celo que sin duda puede ser potenciado, por ejemplo, por los usos lingüísticos de nuestro gramaticalmente incompetente presidente del Gobierno, cuyo famoso lo que representa ha dado lugar, en efecto, a una incontrolada proliferación de la horrísona perífrasis lo que es, que, como una plaga bíblica, asuela hogaño la práctica de nuestro idioma, tal como es ejercida por hablantes de las más diversas clases sociales. Y otro tanto ocurre con la incorrecta distinción en plural entre masculino y femenino -como en la malsonantes vascos y vascas, tan cara a Ibarretxe, o en el ciudadanos y ciudadanas, tan típico de Zapatero, por no mencionar el ya abiertamente disparatado miembros y miembras de la pobre Bibiana Aído-, cuando lo adecuado es limitarse al masculino plural que incluye a ambos. Aunque debo confesar que mi particular bête noire en la materia sigue siendo la horripilante expresión punto y final, en vez de "punto final", que, todavía a estas alturas, seguimos leyendo y escuchando tan a menudo en destacados políticos y periodistas.

Con todo, uno de los errores más relevantes es el de la generalización del uso del aberrante anglicismo violencia de género. En la Conferencia de Pekín de 1995, ciento ochenta gobiernos firmaron un documento en el que se adoptaba el término inglés gender, que significa sexo, para designar el objetivo de combatir the violence of gender, es decir, la violencia ejercida por los hombres sobre las mujeres, y promover la gender equality de mujeres y hombres. Y, sin embargo, "en rigor (Webster), los nombres en inglés carecen de género" gramatical (masculino o femenino). Pero en otras muchas lenguas sí lo poseen y concretamente en la nuestra, en la que sólo las palabras cuentan con género (masculino o femenino), ya que lo que tienen las personas es sexo (varón o hembra). A pesar de ello, los signatarios hispanohablantes aceptaron con evidente ligereza la equiparación de género y sexo en sus documentos oficiales y, desde entonces, la nefasta expresión violencia de género se ha expandido por el mundo hispanohablante como un verosímil infundio, de tal manera que se diría que para lograr su justo objetivo de acabar con la violencia machista no nos quedara otro remedio que violentar absurdamente nuestro idioma.

Pero la más brillante guinda del podrido pastel de la corrección política bien podría ser el "fusilamiento sumarísimo" de una famosa sentencia del clásico latino Terencio, perpetrado por el sempiterno presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, en su accidentado discurso institucional del Día de Andalucía.

La frase original de Terencio es Homo sum et nihil humanum a me alienum puto, cuya traducción castellana es "Soy hombre y nada de lo humano puede serme ajeno". Pero como el hipérbaton latino impone la colocación del verbo al final de la frase, Chaves, por mor de la eufónica corrección política, es decir, para no finalizar su cita literal de la famosa sentencia del comediógrafo latino pronunciando públicamente la sonora palabra puto, optó tranquilamente por desfigurar la literalidad de la afirmación de Terencio, transformándola en nihil humanum a me alienum est. Que el autor de tamaño desaguisado cultural haya sido el propio Chaves, o bien alguno de sus múltiples y generosamente remunerados asesores, parece irrelevante, porque lo cierto es que, por pura gazmoñería cultural, se han permitido falsificar tranquilamente el texto de esa cita clásica, consagrado ya por el paso de los siglos.

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