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Mitogénesis

La progresiva emancipación de los terrores heredados no abolió la perdurable vigencia de los símbolos

Lo usan también los biólogos para referirse al proceso de inducción de la mitosis o división celular cuando ésta resulta de la duplicación del material genético del núcleo, pero para los antropólogos o los estudiosos de las religiones el término mitogénesis alude a la capacidad de las comunidades, especialmente apreciable en determinadas épocas o áreas que han destacado por su fecundidad, para generar mitos que se incorporan al repertorio universal como creaciones colectivas pero reveladoras, en tanto que asumidas e interiorizadas, de las conciencias individuales. No sólo los teólogos, los sacerdotes o los chamanes, sino también los poetas o los artistas y los primitivos o los modernos contadores de historias, se han servido de un imaginario ancestral cuyo vehículo -antes o después de la escritura- es la palabra.

Señalan los historiadores de la Antigüedad cómo el paso del mito al logos, que dio origen a la filosofía en las ciudades griegas del Asia Menor, alumbró el pensamiento racional que dejó atrás los relatos fabulosos para dirigir la mirada al mundo y comprenderlo sin necesidad de recurrir a interpretaciones sobrenaturales. Fue aquel un momento mágico, valga la paradoja, y en parte paralelo al incipiente desarrollo de la ciencia, pero la progresiva emancipación de los terrores heredados no abolió la perdurable vigencia de los símbolos asociados al nacimiento, la iniciación, la muerte o la resurrección, que nos explican desde hace milenios y lo seguirán haciendo cualquiera que sea la evolución de la especie. Anteriores a las religiones, los mitos son hasta cierto punto independientes de ellas o, mejor dicho, las trascienden. Conmueve la visión del remoto antecesor que estampa su mano tintada en la semioscuridad de la cueva y la convierte en un templo, cuyas paredes de piedra continúan siendo nuestra casa.

A escala reducida, tanto los creyentes como los descreídos construyen a lo largo de su vida una mitología personal que reproduce instintiva o inconscientemente un sinfín de atavismos. Al hilo de la experiencia particular, incluso desde una perspectiva desmitificadora que no deja de ser mitificante, cualquier itinerario remite a un culto que incluye espacios sagrados, rituales íntimos, palabras propiciatorias, seres u objetos literalmente venerables. Nos leemos en los sueños que soñaron los antepasados y asumimos sus deseos o perplejidades y percibimos que no somos distintos, aunque todo empiece, mude o se renueve incesantemente. Un solo ciclo nos abarca y es grato sentir, olvidados del instante, la multitudinaria compañía de las edades.

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