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DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Montando un belén

LLEGAN a la vez las últimas noticias y las primeras felicitaciones. Qué contraste. El periódico parece la cruz de la cara feliz de los tarjetones de Navidad. La política exterior (Aminatu Haidar y el Sahara, los enriquecidos piratas somalíes, el secuestro de los cooperantes españoles, Gibraltar) y la política interior (las consultas independentistas, la manifestación contra los empresarios, el desempleo galopante) compiten por ver cuál es más desastrosa. Los presidentes autonómicos del PP aseguran estar "aburridos y amargados" con el Gobierno, y sería un diagnóstico perfecto de mi estado de ánimo si en el mismo saco metiésemos a casi toda la oposición. "Me duele no sé qué", suspiro, y sé que, con tanta indefinición, complico el remedio. Pero no voy a decir que me duele España a estas alturas, vaya anacronismo. Lo pudieron decir los noventayochistas, y esa suerte, al menos, tenían ellos.

La querencia es refugiarnos en la familia y en los sinceros deseos de felicidad. En esta época no debe darnos cargo de conciencia: entra dentro del más puro espíritu navideño. La imagen clásica de estas fiestas -como recuerdan los christmas- es un paisaje nevado e inhabitable y un hogar cálido y encendido, cerrado a cal y canto.

La actualidad nos monta el paisaje. A la ola de frío (dicho sea con perdón), se unen las bajas temperaturas políticas y morales, y todo junto nos mete a cada uno en nuestro portalito y nos recuerda que la felicidad y el calor los encontraremos con los nuestros y con los buenos amigos.

¡Cómo se asemeja este belén viviente al de hace 2009 años! La crisis económica coloca a los pobres pastorcitos (que son cuatro millones de parados) a la intemperie, alrededor de la hoguera mortecina de las prestaciones de desempleo. La matanza de los santos inocentes está a la orden del día con las leyes del aborto. La expulsión de los crucifijos retumba como un eco de aquellos portazos de los posaderos en las narices de san José. Falta la paz a los hombres de buena voluntad, pues ahora Obama, lo más parecido a un ángel que ha visto la progresía en los últimos tiempos, va anunciando que las guerras son justas y necesarias y que -toma del frasco, Carrasco- el mal existe. El Baltasar posmoderno trae mirra a espuertas para compensar el oro, que ni se ve ni se espera, y el incienso, que prohibirá de un momento a otro la ministra de Sanidad.

Recogernos en casa, tal y como está el panorama, es la mejor política. Y ni siquiera es escapismo. A fin de cuentas, cuando el mundo estaba por el estilo, en un humilde portal de un pueblo perdido, en familia, nacía la esperanza del mundo.

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