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PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

Monumento nacional

QUÉ bien le han educado en su familia. Llegó a la villa olímpica como número uno del tenis, admirado dentro y fuera de las pistas, estrella publicitaria desde hace cuatro años, forrado de millones ganados a raquetazos. Y desde que entró en ese ateneo del deporte ha tenido la grandeza de ponerse al nivel de todos los demás inscritos para dar el mensaje de que es grande todo aquel que participa en los Juegos. Ha vivido su ambiente con la ilusión del chaval que aún es ni ha olvidado ser. Valoró por igual tanto a los campeones como a los que no pasan de series. Confraternizó con seleccionados que se entrenan tantas o más horas que él pero en modalidades donde sólo se logra dedicación exclusiva con becas, aunque se tenga la vitola de campeón olímpico, como Deferr o Llaneras. Vaya una cosa por la otra, no están sometidos a la permanente exigencia de alta competición que soporta él, Rafael Nadal, póster de España, monumento nacional.

Unos alucinan más con la potencia de sus brazos, y otros con la fortaleza de sus piernas para llegar a bolas que parecen al filo de lo imposible. Sí, su capacidad física es impresionante. Pero lo que hace extraordinario a Nadal es su cerebro. Ejemplar labor la de sus abuelos, tíos y padres para convertir a un niño con grandes cualidades para el deporte en un ganador con una inacabable capacidad de superación y una mentalidad competitiva tan indesmayable que absorbe el talento de sus rivales para derrotarles cuando mejor juego le están planteando. El cerebro de Nadal es mucho más demoledor que sus golpes de ataque. En él cabe el mayor respeto a sus rivales como primer paso para después ganarles por convicción. Y encomiable la defensa que hace de Federer como el mejor tenista de la historia a la par que le derrotaba en Wimbledon.

En Sevilla, diciembre de 2004, tuvimos la suerte de ver su eclosión internacional cuando ganó la Copa Davis. En agosto de 2008 ha subido al Olimpo. Si Urdangarín es duque de Palma, Nadal ha de ser marqués de Manacor.

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