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El poliedro

José Ignacio Rufino / Economia&empleo@grupojoly.com

Moto no, que moto tengo

La mayoría conservadora en Europa debe ser más permeable a las ideas fuera de su credo

LA supervivencia es el motor de la existencia nuestra, de las acciones tácticas y estratégicas que emprendemos. La generosidad puede contrapesar ese motor. Un abuelo, a quien la guerra española cogió en su juventud madura, contaba a su nieto el chiste aquel: "¡Vamos a repartirlo todo!, "¡Bien!"; "¡Las tierras!", "¡Bien!"; "¡El ganado!", "¡Bien!"; "¡Las motos!"… "Eh, no, moto no, ¡que moto tengo!". Vivimos tiempos de problemas serios, por lo que se barajan soluciones serias, esto es, dolorosas: agua, luz, gas, gasolina, tabaco y alcohol más caros; salarios menguantes, incertidumbre laboral. Y se acentúa el egoísmo en la visión acerca del reparto de unos recursos cada vez más escasos. La lucha, la competencia se hace mayor con el estancamiento. Mayor, y a veces peor. "Hay un gestor presupuestario en ti", dijo alguien cuando decidimos -unos más que otros- que el presupuesto público era una plastilina moldeable y recortable, la madre de todas las supervivencias. Y resulta sorprendente que demasiada gente dictamine cómo gestionar mejor los fondos públicos sin mermar para nada sus propios intereses particulares cuando idean sus propuestas. Moto, no, que moto tengo.

Día tras día asistimos al banquete de bocados de realidad, a las bofetadas de la emergencia. Décimas de recorte del presupuesto sobre el PIB que nos imponen desde la Unión Europea, y sus consiguientes miles de puestos de trabajo eliminados. Rajoy que se resiste a reducir el déficit público (acerca del concepto déficit, permitan: encarecer el cuidado sanitario, echar empleados públicos a la calle, bajar los sueldos a los que queden, dejar de invertir en infraestructuras también públicas, subir la presión fiscal por un tubo… y racionalizar la gestión pública, de lo que no se habla, con tanta guillotina). Guindos que accede, con el cuello irritado tras ser simpáticamente zarandeado por Juncker. "Sympathy for Guindos". Guindos es un reputado ejecutivo de empresa abocado a gestionar la viabilidad del Estado español. Un hombre enriscado cual Cary Grant en las Rocosas en una de Hitchcock, con unos zapatos con suela de material que no agarran lo más mínimo fuera de los suelos de las sedes centrales. Un ministro al que, como a su propio partido, le toca hacer de contrapeso al empecinado manostijeras alemán. La Europa de la crisis está mayoritariamente regida por partidos conservadores, pero no todos los conservadores son iguales ni afrontan los mismos problemas. Cada uno afronta los suyos en su tierra. En la nuestra, les toca la contradicción.

El credo antipúblico es el más sencillo, y está de moda entre quienes (creen o fingen que) no dependen de lo público. Sin embargo, lamentablemente no tenemos los mejores empleados, ni los mejores empresarios ni los mejores políticos. Sí tenemos oráculos, que tiran con pólvora del rey. Ves a ufanos podadores dando tijeretazos en el nombre de la racionalidad, llamando tontos a todos los gobernantes anteriores y a los cretinos que se endeudaron y condenaron -ah, se siente- con un piso y su hipoteca. Gente de púlpito o de barra que se erige en cauterizador de heridas: mutilar sin demora, mutilar. No hacer las cosas mejor, sino echar cal viva sobre las cosas que hay, esperando pueda nacer una rosa roja mañana. Cirujanos de todo lo ajeno.

Pero no es en el daño ajeno y elitista donde deben residir las soluciones y la gestión de lo público (lo colectivo, lo político al cabo). Por eso resulta digno de solidaridad nuestro Gobierno ante Europa, y resultan repelentes las posturas de aquellos rojos de chiste de ayer, hoy transmutados: "Moto, no, que moto tengo".

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